13. Apodos melosos

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Hace varios días que no veía a Jimin. Ambos estábamos muy ocupados con nuestras agendas como para siquiera vernos una sola vez. Él estaba en plena preparación ahora que era el encargado de cerrar el evento de fin de año; y yo, por el otro lado, estaba atravesando una semana complicada debido a que faltaba poco para terminar el videojuego.

—¿Estás entrando? —escuché su voz a través del auricular, debido a que, si bien no nos veíamos, nos llamábamos.

Saludé al encargado con un asentimiento de cabeza y firmé la planilla para marcar mi llegada.

—Sí, ya casi llego. —Me subí al ascensor y rogué que la señal fuera suficiente para que no se cortara la llamada—. ¿Y tú?

—Estás en altavoz, me estoy colocando los patines ahora mismo. ¡Oh, hey Cal! ¡Oye!

—¿Es uno de tus alumnos?

—¿Quién? ¿Callahan? —se rio—. ¡Hoseok, trae los conos, por favor! ¡Hoseok!

El sonido de sus patines puestos en movimiento me dejó saber que se había puesto de pie. Luego, oí su voz más clara y cercana.

—Dios, todo tengo que hacerlo yo solo —reprochó. Podía imaginar su cara de fastidio, sus labios abultados y su ceño fruncido—. Jimin, trae esto, Jimin, trae aquello. Pero cuando yo pido algo, todos parecen tener sordera. Tks.

El ascensor se detuvo en mi piso y salí. Llegué a la oficina, que aún se encontraba vacía, y coloqué mis cosas sobre el escritorio.

—Pobre Minnie. Ojalá estuviera allí para complacerte con tus pedidos.

—¿Complacerme? Eso me gusta. —Supuse que estaba abriendo una puerta por el ruido de fondo—. Agh, está todo oscuro aquí. ¡Oh, aquí están!

—¿Estás muy ocupado? —Revisé la pantalla; veinticinco minutos de llamada—. ¿Quieres que hablemos más tarde? Ya estoy en mi horario.

—¿Prometes que me llamarás? —preguntó—. Un segundo, Koo. ¡Callahan, levanta el trasero de una buena vez y ayúdame con esto! —Resopló—. Todo yo, todo yo...

Reí con ternura.

—Claro que te llamaré, dulzura.

«Oh, no».

Cerré mis ojos con fuerza y me mordí la lengua. De todas las posibilidades, ¿por qué tenía que llamarlo justamente así?

El silencio se extendió por un par de minutos —los peores minutos de mi vida—. Era incómodo porque nadie decía nada, ni siquiera podía escuchar su respiración ni el sonido de sus patines.

—¿Jimin?

Otro minuto sin nada.

La llamada seguía, Jimin estaba allí, pero no contestaba.

—Por favor, Minnie —pedí.

—¡Volví, volví, volví! —exclamó, y me sobresalté—. Lo siento, fui a llevar los conos a la pista. Entonces, ¿me llamarás o no?

¿Entonces no me había escuchado?

Exhalé con alivio y liberé la tensión de mi cuerpo.

Yup, te llamaré cuando vuelva a casa.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

—¿De verdad lo prometes?

—Claro que sí, Minnie, lo prometo —reiteré.

—Bien, recuerda que es una promesa. Estaré esperando tu llamada, dulzura.

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