4. Conocernos

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Volví a casa un poco desconcertado.

No podía creerlo, le había dado mi número de teléfono a un chico.

¡A un chico!

—Manos vacías —señaló Jin desde el sillón. Miraba la televisión con una taza de té en las manos y una manta sobre sus piernas—. ¿No conseguiste la tableta?

Caminé hasta él y me senté a su lado. La televisión proyectaba una serie de comedia que habíamos visto miles de veces juntos.

So meet Princess Consuela Banana Hammock! —imitó la voz del personaje antes de estallar en risas. Puse una mano en su muñeca para evitar que se moviera tanto y así evitar otro accidente de estas características. Cuando calmó su risa, me miró de reojo y le puso pausa a la serie—. ¿Estás bien?

No contesté.

—¿Es por la tableta? ¿Necesitas más dinero? —preguntó, preocupado—. Te dije que no tengo problema en pagarla por completo yo mismo, es mi culpa que esté rota. Aish, ahora vengo.

Dejó la taza en la mesa de centro para levantarse, pero lo detuve y lo obligué a sentarse otra vez.

—¿Qué?

—Lo hice —murmuré.

—¿Qué hiciste? —Me miró con confusión—. ¿Compraste la tableta gráfica?

Negué con la cabeza.

—Yo... —Las palabras no querían abandonar mi garganta—. Yo...

—¿Qué, encontraste el ticket dorado, Charlie? —bromeó.

«Algo así...», pensé.

—¿Y bien?

—Lo encontré otra vez —dije de forma casi inaudible.

Jin se inclinó hacia mí.

—No te oigo.

—Jimin. Lo encontré otra vez. En el Bow Bridge.

Ambos nos miramos el uno al otro sin expresión alguna. Yo porque aún no entendía qué había hecho; él porque no entendía de qué rayos hablaba.

—¿Y Jimin es...? Disculpa, sabes que soy muy malo con los nombres.

Tragué saliva y jugué con mis dedos.

—El chico de los patines de la semana pasada.

Dejé que el silencio asentara mis palabras mientras Seokjin comprendía lo que acababa de decir.

—¿Estás hablando de ese chico de los patines? —preguntó—. ¿El de la herida en la frente?

—Sí, ese.

—¿El que pensaste que entraría en una cajita de cristal?

—Sí.

—¿Con el que dijiste que tendrías sexo sin pensarlo?

Asentí con vergüenza y me tapé el rostro con ambas manos mientras sentía mis mejillas arder. ¡No era necesario traer ese aspecto a colación!

—¡Woah! —exclamó, entusiasmado—. ¿Y qué sucedió? No me decepciones, Jungkook —dijo esto último con tono de advertencia.

Lo miré por entremedio de mis dedos. Tomé una respiración profunda y dejé que las palabras fluyeran.

—Le di mi número.

Eso fue suficiente para que se lanzara sobre mí con un grito de felicidad y me abrazara con fuerzas.

—¡No puedo creerlo! ¡Mi Gguks le dio su número a un chico!

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