He tocado fondo

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Era la primera noche que Louise compartía la cama con él desde hace un año, llegó sin avisar hace tan solo un par de horas. La ansiedad que le crea tenerlo a escasos centímetros y poder escuchar su respiración es tanta, que puede olerla a través de los poros de su piel. Quema, tan real, tan fuerte.

Louise, como todas las noches durante los últimos meses, no puede conciliar el sueño por tiempos prolongados. Las pastillas ya no le son suficientes, la incertidumbre y la desconfianza, le han arrebatado la cordura. Ha pasado la última media hora analizando la respiración de su esposo, sabe exactamente cuántos segundos pasan entre cada inhalación, siente cómo se mueve su pecho e, incluso, logró identificar el patrón que seguía la aparición de un ronquido tenue.

Cuando concluye que está completamente dormido, decide abandonar la cama y alejarse unos cuantos metros, pensó que esa acción sería suficiente para despertarlo, pero agradece que no fue así, no sabría que responder, terminaría regresando a su lado y hasta habría posibilidades de que iniciara algo que nublaría aún más su criterio.

Al verlo, sus pensamientos se convierten en un revoltijo que parece desordenarse cada vez más. Al observar su rostro solo puede pensar en lo atractivo que le sigue resultando: esas cejas pobladas que tienen un camino bien establecido, ese cabello ondulado castaño oscuro que ha encontrado el equilibrio perfecto con las pocas canas que han comenzado a asomarse, esa barba que delata que su esposo no ha visitado al barbero en unas cuantas semanas.

A pesar de que confirma que el atractivo sexual sigue latente y activo, que lo sigue deseando, que de verlo por primera vez por la calle sin duda llamaría su atención, pone en marcha el plan que ha ideado para por fin lograr lo que ha intentado por tantos años, que está a prueba de la debilidad que tiene por él.

Hace algunos meses había dado por perdido casi todo en su vida y, aunque ocurrió el milagro de recuperarlo, ya no le pertenecía. Había perdido la noción de equilibrio, el sacrificio que le representaba estar con alguien que en su perfección tiene tantas exigencias, le estaba haciendo perderse a sí misma.

Ella sufría lo que nadie cuenta, lo que todo el mundo da por sentado, ya que su papel era ser el apoyo, ser incondicional, ser la mujer que él necesitaba para poderse convertir en lo que el mundo requería.

A pesar de que por muchos años fue un rol que desempeñó voluntariamente, una madre mártir, dispuesta a dar hasta su propia vida, dejando a un lado todas las aspiraciones que tuvo antes de conocerlo, de que Christopher Williams entrara en su vida, no podía continuar ejerciéndolo ni un segundo más.

Estaba por iniciar el primer día de su nueva vida. Se repitió unas veinte veces el mantra que había ideado para no acobardarse. <<No es felicidad, es costumbre>>. Después de una visita a los recuerdos de los hechos trágicos recientes, confirma que la mañana siguiente lo dejará. Diecisiete años juntos, dos hijas hermosas, el mundo observándola, el amor incondicional que le tiene, eran factores que la habían llevado a retractarse en el pasado.

Sabía que nadie podría comprenderla, sabía que el asunto no podría mantenerse en el ámbito privado y personal, sabía que a su decisión la clasificarían como egoísta e irracional, y que sería una bomba política que tratarían de sofocar al instante. Sabía que corría el mayor peligro de su vida, sabía que un corazón roto sería el menor de los próximos problemas, sabía que su plan tenía una alta probabilidad de fracaso, pero aunque tenía una lista aproximadamente de unas cinco páginas sobre las desventajas de su elección y de que dentro de su contenido estaba incluido el riesgo de muerte, se dice a sí misma que se mantiene firme.

Toma el primer par de prendas del armario para evitar hacer cualquier ruido que apresure la llegada de la tormenta que se avecina y sale por la puerta.


Las mujeres del héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora