Serenidad

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El desayuno fue un acto puramente incómodo y forzado. Lo que pasó hace unas horas no puede esconderse bajo de la almohada y olvidarse. El hambre fue lo único que forzó a Mary y sus nietas a salir de aquella habitación. Dieron los primeros pasos rogando porque Christopher no estuviera ahí, pero estaba justamente parado frente a la estufa, cocinando algo que no olía del todo mal.

—Estoy preparando panqués. No les puedo prometer que serán los mejores.

—Christopher, yo creo que lo mejor es que te retires... —dice Mary.

—A partir de ahora, sé que cada momento puede ser el último, así que iré una última vez con mis hijas a la playa. Estoy seguro de que están por llegar por ellas, así que pueden llevar consigo sus cosas.

Llegando a la playa, Laysha corre inmediatamente con Boss al mar, al ser la única que no comprende lo complicado de la situación es la única que tiene la libertad de disfrutar el momento y vaya que la envidian.

Christopher está separado de Pam y de Mary, sabe que no confían en él, sabe que lo culpan de que Louise no esté aunque él es el primer interesado en que vuelva. Decide seguir los pasos de su hija menor y entra al mar esperando que Pam también lo haga, pero se da cuenta que su hija mayor no da un solo paso para acercarse, su rostro no puede esconder el sufrimiento.

—Pam, ven con nosotros —dice Laysha haciendo una señal para que se acerque.

—No pasa nada, Pam, ve con ellos, aquí yo estaré, no me iré a ningún lado —dice su abuela dándole una palmada en la espalda y sonriéndole.

Pam siente la necesidad de evitar cualquier conflicto, así que se dirige al mar. Finalmente, puede ser la última vez que vea a su padre.

—El mar está tranquilo, ¿crees que podrás ganarle a tu viejo en una carrera? —le dice Christopher sonriéndole a Pam.

—Hace mucho que no nado y no voy a poder ver con el agua salada.

—Vamos, si me ganas te compraré lo que quieras —dice Christopher dándose cuenta de lo inoportuno que es su comentario.

—Si yo te gano papá, ¿puedo tener otro perro? —pregunta Laysha.

—Tú todavía te tienes que quedar en la parte baja, nena, pero en cuanto tengas edad, haremos esa carrera —Christopher se asombra del poco tiempo que pasó para que volviera a hacer un comentario fuera de lugar, otra promesa que no se cumplirá.

—Está bien —le dice Pam.

Ambos se van a una parte un poco más profunda del mar y señalan cuál será la distancia de la carrera. Laysha se encargó de marcar la salida. Comienzan a nadar. Christopher le da algo de ventaja.

Pam no puede creer que está nadando, hace tanto que no sentía cómo el agua recorría todo su cuerpo y cómo su corazón latía tan rápido, le encanta la adrenalina que crea la velocidad en el agua. Su entrenador siempre le dijo que tenía un futuro brillante nadando, su patada era una en cientos, demasiado potente, sus compañeras siempre quedaban varios segundos atrás de ella.

Además, amaba nadar porque siempre fue algo que compartió con su padre. Cuando le habían dicho que él podía haber muerto, no pudo hacerlo más, cada vez que entraba al agua, veía su rostro y sentía que se ahogaba. A pesar de que meses después él volvió a casa, ya no era lo mismo, la sensación de vulnerabilidad, de que en cualquier momento todo podía cambiar, que no tenía el control, la hizo alejarse del agua.

Pero ese día, ese momento, le confirmó que estaba lista para volver, porque por fin pudo hacer algo que por más que intentaba no podía: perdonar a su padre, perdonar que no fue el héroe que ella quería que fuera.

Al final de la carrera, Pam se queda flotando en el agua volteando hacia el cielo, no había ninguna nube, solo se apreciaba un azul celestial. Parecía que, por primera vez, el exterior se había contactado con su bienestar interior.

—Vaya, que eres veloz, Pam —Christopher se acerca agitado.

Pam le sonríe, porque por fin puede mirar a su padre de otra manera, no tiene palabras para explicarlo, pero definitivamente sabe que algo cambió dentro de ella. De pronto el miedo y la desconfianza se fueron, no sabe si volverán, pero en este momento ya no están.

—Te estás haciendo viejo, Christopher.

—Basta de ser tan fanfarrona.

—Gané y mi premio va a ser una última promesa —Pam lo mira fijamente a los ojos mientras recupera el aliento—. Quiero... quiero que lo que sea que viene sea lo menos doloroso posible. Quiero que seas justo y no quiero otra promesa sin cumplir.

El comentario de su hija le genera una impotencia total a Christopher. Se siente un impostor. A pesar de que la honestidad dejó de ser un parámetro en su vida y la calificó de inútil para tomar buenas decisiones, no poder usarla en este momento le genera un hueco profundo en el corazón. Sin embargo, hace el acto más cobarde que pudo haber hecho. Le contesta que sí, que lo promete.

Después de emitir aquella promesa, Christopher se queda mirando la inmensidad del mar, se siente tan pequeño a comparación, así de diminuto e insignificante se siente en comparación de todo el desastre que está por venir en su vida. Está seguro de conocer el rumbo que tomarán las cosas.

Sus hijas nunca volverán a verlo de la misma manera. Es muy probable que su Louise deje de amarlo cuando la verdad comience a flotar.

En ese instante, el silencio de aquel lugar es interrumpido por los sonidos de varias sirenas. Llegan varias camionetas a la orilla de la playa. Puede confirmar que no habrá vuelta atrás.

Christopher se despide del equilibrio perfecto.

Las mujeres del héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora