Posponiendo la realidad para mañana

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Christopher lleva horas sentando en la sala principal tratando de callar una mente que quiere hacer explotar su cabeza a través de diez o más voces que le dicen tantas cosas al mismo tiempo.

Una de ellas le cuestiona si realmente Louise sería capaz de dejarlo o simplemente es un desplante no muy sutil para hacer que pase más tiempo en casa y sea el esposo que ella quiere que sea.

Otra de ellas lo invita a cruzar la puerta de entrada, tomar un avión, dejar sin concluir este asunto y simplemente desaparecer hasta que todo se haya calmado bajo la justificación de una urgencia laboral; esa misma voz lo alienta diciéndole que esa mujer es incapaz de dejarlo.

Pero otra le dice a gritos que es muy probable que la siguiente vez que cruce la puerta de entrada, no habrá nadie. Otra le menciona que entre las causas más comunes de ruptura es la existencia de un tercero, pensamiento que le provoca rabia en su estado más natural y claro en el estómago.

Finalmente, concilia con la mayoría de las voces, se arma de valor y hace lo que ha estado evitando toda la noche: cruzar la puerta de su dormitorio. Al entrar, observa que su esposa está sentada sobre su lado de la cama, lo que dificulta empezar con la maniobra que tenía preparada, ya que a pesar de que es más que evidente que se ha dado cuenta de su entrada, no voltea a verlo a los ojos.

—¿Así que nos volveremos dos extraños, Louise?

—¿Sabes, Christopher? Hace tanto tiempo me siento como una extraña en mi vida que no sé si ya lo somos realmente —contesta Louise haciendo un esfuerzo sobrehumano para lidiar con la vergüenza que siente.

—Bien. ¿Qué tal si nos regalamos una noche donde no somos nosotros? Una última noche en dónde somos las personas que sí queremos ser.

Louise le responde con una sonrisa y Christopher se alegra del éxito inicial de su estrategia, siente que ha avanzado varios escalones para derrumbar la barrera de frialdad que había tenido su mujer durante el día, alegrándose de que haya sido una medida temporal, tal y como las veces pasadas.

—Veamos. Yo soy Tom, un maestro de historia, que es conocido por ser un apasionado del fútbol, que todos los jueves va al cine con su esposa, Diane, una periodista reconocida nacionalmente.

—Christopher, esto es rídicu...

—Por favor, Louise. Regálame este momento contigo. Estamos llegando de haber ido al cine y no dejas de decirme que la película estuvo horrible, que desde tu punto de vista estuvo poco creíble.

Louise se queda unos instantes mirando hacia la ventana, se hace consciente de hacia dónde va la estrategia de su marido.

—Tom, hiciste una elección terrible de película, pero las palomitas fueron extraordinarias.

—Quizás. El próximo jueves, tú eliges nena, te prometo que veré hasta una de esas películas de romance que tanto detesto —Christopher se sienta a un lado de Louise en la cama, acaricia su rostro —. Este es el momento en el que Tom no puede dejar de pensar en cuántas ganas tiene de hacer el amor con su esposa y le dará un beso para ver si es uno de esos días en donde los deseos se cumplen.

Christopher besa a Louise y la abraza.

—Demonios, cómo me gustaría ser Tom en este momento.

Tras unos segundos de análisis profundo que Louise trató de esconder arreglando su cabello y observando la ventana, le contesta.

—De una u otra manera, debo darte la grata sorpresa, de que serás correspondido.


Las mujeres del héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora