Bailando sobre fuego

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Le han tomado tantos análisis y pruebas, que Louise ha perdido la cuenta. Le han preguntado sobre su pasado y su presente. Algunas veces ha contestado con la verdad, otras veces ha disfrutado mentir sobre los detalles de su vida.

Con algunas de sus respuestas se da cuenta que no está bien del todo, y que quizá sí debería estar en ese lugar. Que quizás Eric sí le propuso el internamiento para que sanara. Esa posibilidad la aniquila a los segundos de pensarla, sabe que ese hombre estuvo detrás de la muerte de su padre.

Un examen de sangre no le permitió negar su problema con algunas pastillas. Cuando comenzó a tomarlas, pensó que podría dejarlas en el momento que quisiera, pero no fue así. Sabe que este aspecto no pasará desapercibido en ningún sentido.

Comenzaron a preguntarle cuántas veces las tomaba por día y si lo hacía de manera diaria. Trató de negar que su consumo era algo que formara parte de su rutina, pero sabe que su propio cuerpo la delataría, por lo que decidió no hacerlo, quería tener algo de credibilidad.

Tiene días en los que llora sin parar hasta quedarse dormida y tiene otros días en donde no hace más que respirar y comer. Nunca le dieron un número exacto de días en lo que la sacarían de aquel lugar, tan solo le dijeron que confiara en el proceso, que ellas siempre estarían viendo y cuidando que no le hicieran daño.

Aquel lugar podría catalogarse como bello si hubiera ido allí en otras circunstancias. No está encerrada en una habitación. Le permiten pasar mucho tiempo en el jardín y no se puede quejar de la comida. Sin embargo, el sentimiento de prisión sigue sin desvanecerse.

Algunos días pierde la fe, otros momentos piensa que ha visto señales que le permiten seguir confiando en que no le han mentido, pero entre ambos escenarios, la perspectiva es el único factor de cambio.

Está en un momento de su vida en donde el miedo parece venir de todos los lados posibles, que termina por cancelarse a sí mismo. Cuando la congela el temor de nunca volver a ver a sus hijas, entra el pavor de que Christopher la haya descubierto y que todo se vaya al carajo, pero segundos después la invade una inseguridad severa de no saber si la pastilla que le están dando tenga como finalidad terminar con su vida.

Aquel momento que parece ser su favorito, es cuando después de tanto sometimiento al estrés, su cuerpo le otorga unos minutos de tregua, en donde la deja imaginar una vida en la que hubiera tomado otras decisiones. Sin duda alguna, en esa posibilidad no hubiera dejado que absolutamente nadie frenara su carrera, se hubiera acostado por lo menos con una docena de más hombres y no hubiera formalizado con ninguno, hubiera visitado medio mundo siendo mochilera, nunca hubiera escuchado los consejos de su madre y, sobre todo, nunca se hubiera convertido en madre, por considerarlo la mejor opción tanto para la criatura como para ella misma.

Se avergüenza de su último pensamiento, lo cataloga como lo más irracional y estúpido que ha pasado por su cabeza, siente temor de que alguien haya escuchado sus pensamientos.

Su vergüenza es interrumpida por la entrada de uno de los doctores, le dice que le harán una resonancia magnética para descartar algún daño en el cerebro. Louise no sabe si preocuparse o tan solo fluir. Elige lo segundo, no le quedan muchas fuerzas para oponerse.

Las mujeres del héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora