Por los viejos tiempos

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—Pasa viejo, ¿qué tomas? —dice Eric abriéndole la puerta de su departamento a Christopher—. ¿Sigues con tu fascinación por el whisky añejo? Nunca he entendido cómo te gusta esa porquería.

—¿Qué tratas de hacer? Ya sabes a qué he venido —responde Christopher señalando la pistola que lleva dentro de su saco.

—Lo sé, y únicamente te pido una última plática. A pesar de todo, sigues siendo el bastardo con el que más me he entendido. Pudiste haber mandado a un hijo de puta a matarme, sin embargo, estás aquí —Eric le muestra que no lleva ninguna arma encima y que no lleva siquiera zapatos.

Christopher no confía en lo absoluto, pero algo dentro de sí, se encuentra totalmente invitado y entusiasmado por hablar con ese hombre, finalmente, ninguno podrá juzgar al otro.

Entra analizando cada pequeña parte del departamento.

—¿Cómo fue que desentrañaste mi malévolo plan? No eres un maldito genio. Te lo reconozco, tomaste tu papel de enamorado, llegaste a confundirme.

—Supongo que fue una coincidencia extraña entre lealtad y suerte. Regresé por la muerte de mi muy querido suegro, la que reconozco que era innecesaria, ¿y recuerdas al recepcionista de la entrada de la oficina? Vaya que estaba convencido de que yo representaba el cambio y cómo creía en mí, las ventajas de hacerse amar por los súbditos.

Eric entiende totalmente la referencia y se asombra que no vio ese hueco.

—Antes de que lo despidieran se encargó de documentar las cosas extrañas que veía, y ustedes tuvieron un grave error al subestimar a alguien tan invisible, pero... tan leal.

Eric suelta algunas risas, no puede creer que ese viejo haya sobrevivido, vaya que no darle la importancia a lo insignificante puede acarrear problemas futuros.

—Podría preguntarte cosas como "¿desde cuándo lo sabías?", "¿qué fue lo que te dijo?, pero... no puede importarme menos. Así que cuéntame, ¿cómo van con la segunda fase?, ¿han puesto fecha? —dice Eric mientras se acerca a la barra para buscar el alcohol preferido de Christopher.

—Ya sabes que es impredecible. Por cada solución que hay, existe otro maldito problema. Además, fui parte de una telenovela, pero debo decir que me lo merecía... —Christopher se detiene y mira fijamente a Eric—. Quizás no sirva de nada decirlo ahora, pero gracias a ti la gestión del lugar mejoró, hiciste un excelente trabajo acá, ya sabes...

—¿Por qué no puedes decirle por su nombre? Siempre evitas eso, y nunca lo he entendido, ¿por qué te sigues esforzando en mantener una imagen inservible? Eres el mismo demonio.

—Soy un imbécil complicado —dice Christopher entre risas.

—Vaya que lo somos. Pero vamos... dilo una vez para mí, así podré irme tachando un elemento más de mi lista corta y exacta de cosas que me excitan —dice Eric.

Hay un silencio en la habitación. Eric queda impaciente.

—Burka —Christopher mira su vaso después de hacer una pausa prolongada. Es la primera vez que dice esa palabra en su vida.

Escuchar esa palabra salir de su boca resulta un acto explosivo dentro de sí para Christopher.

—Eso, carajo. En vivo y en directo, el general Christopher, el actor principal de los sueños mojados de las mujeres y los homosexuales del país, con un cariño popular semejante al de un tipo muy famoso llamado Jesús, acepta que es un bastardo nazi —dice Eric haciendo notar su estado de ebriedad.

Christopher le sonríe y hace chocar su vaso con el de su compañero. No puede negarlo. Ese comentario es absolutamente verdadero.

—¡Vaya que estamos jodidos y rotos! Somos el vivo ejemplo de cómo se hace un maldito enfermo. Y cómo son ellos los que manejan el mundo.

Las mujeres del héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora