5. Se acabó el enemies, empezó el lovers

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Un dolor punzante se instaló en la parte inferior de mi espalda, choqué con una esquina del lavabo.

Un gruñido de mi parte fue silenciado por la enorme mano en mi boca.

—Aquí ya no te veo tan valiente—André sonrió maliciosamente—, es una pena que esos guardaespaldas que siempre menciona Thiago que tienes no estén aquí.

¿Desde cuándo tenía guardaespaldas?

No podía responderle y tampoco gritar, oía el eco de la música a gran volumen abajo. Sería envano.

Sentí una lágrima humedecer mi mejilla, no solo la situación era horrible, el dolor comenzaba a ser insoportable pues el no dejaba de apretarse contra mí, y por ende, también contra el pedazo de mármol en mi espalda.

En su mirada no veía más que burla, me soltó sin precauciones, sabía que gritar sería inútil.

Ni siquiera se molestó en asegurar la puerta.

—No entiendo por qué sales con él—soltó de repente.

Fruncí el ceño, se alejó de mi un poco y por fin logré separarme del lavabo.

—Enserio, eres demasiado idiota.

—El siempre se queda con las mejores chicas. ¿Qué tiene él que yo no?—continuó, ignorando lo que le dije.

—Tal vez el no encierra a las chicas en un baño para interrogarlas sobre estupideces—sonreí de manera sarcástica, tomé mi bolso, que se había caído al suelo y me giré hacia la puerta para salir de allí lo antes posible—

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—Tal vez el no encierra a las chicas en un baño para interrogarlas sobre estupideces—sonreí de manera sarcástica, tomé mi bolso, que se había caído al suelo y me giré hacia la puerta para salir de allí lo antes posible—. No puedo seguir perdiendo el tiempo contigo, no puedo creer que enserio te hagas esas preguntas y no pienses que el problema eres tú.

Sin embargo, antes de dar un paso, sentí su cuerpo trás de mí.

—Tú no te vas a ningún lado—me empujó contra la pared, sentí el frío de la misma contra mi mejilla y mis manos aprisionadas contra mi espalda.

Tenía miedo.

—Así que crees que el problema soy yo—repitió, y lo sentí meter su rostro en mi cuello—. Pues te cuento que acabas de provocar un problema en mí—dejo un asqueroso beso en aquella zona—. No sabes cuánto me gusta que me hables así.

Mierda. Sentía ganas de vomitar, comencé a gritar, esperando tener la suerte de que alguien tuviera ganas de ir al baño, pero nada. El solo se reía. Se reía y reía de mis intentos de escapar de su agarre.

—¡Sueltame! Se van a dar cuenta de que no volvemos—intenté que entrara en razón.

—Yo les dije que ya me iba.

—Eres un asqueroso, esto está mal. Soy menor de edad, no puedes hacer esto, no puedes tocar a alguien así. Yo no quiero que me toques.

—¿Crees que me importa algo de lo que dices?—sentí su mano adentrarse bajo mi blusa.

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