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Dejé caer el cuerpo pesado de Max sobre el sillón, exhalando para recuperar la fuerza que perdí después de cargarlo hasta el interior de la cabaña.

Recargue mis brazos en mis piernas tomándome el tiempo para descansar un instante y seguir con lo que venía a hacer. —¿Dónde están tus supresores?

Pregunte al aire sin mirar a Max, que seguía acostado en el sillón moviéndose de un lado a otro, quejándose por el dolor que le estaba produciendo entrar en calor. Cuando recuperé el aire de mis pulmones que se habían perdido por cargar, tomé del cuello de la camisa a el alfa qué parecía en un trance y comencé a zarandearlo de un lado a otro a él ojiazul, tratando de que me responda.

—Max, reacciona; ¿dónde están tus pastillas y te sentirás mejor? — pero fui ignorado. Le di una pequeña cachetada en la mejilla.

El rubio me miró mal por el golpe que le di, pareció importarle poco y comenzó de nuevo a tratar de abrazarme, sin medir la fuerza que ejercía. Durante todo el camino a este lugar él se la paso tratando de sobrepasarse, poniendo sus manos sobre mi cuerpo haciendo más difícil que manejara.

—Max, chingada madre no soy tu niñera, solo habla y te podré ayudar.

—Hace mucho calor. — dijo desesperado, comenzando a quitarse la camisa sin importar romper los botones. —En el cuarto de baño.

Fue lo único que dijo señalando el pasillo, sin pensarlo corrí dejando que siguiera con sus cosas y entre directo al baño buscando en el mueble que estaba debajo del lavadero. Miraba todas las etiquetas tratando de no equivocarme, solo esperaba que en la etiqueta hubiera algo evidente para no darle algo que puede afectar más en su estado. Quité todas las cosas con prisa, en los cajones estaba lleno de todo tipo de medicamentos o cosas esenciales para el aseo, comencé a leer con prisa para encontrar las pastillas que eran las indicadas hasta que di con un botecito naranja con el nombre de Max.

Fui a la cocina, abriendo todos los estantes para servir un vaso y cuando estuve listo, regresé con Max qué ahora está semidesnudo. Solo tenía puesto su bóxer azul marino, tratando de evitar ver de más mi mirada viajo por todo el salón.

—Ten, tómalo antes de que te sientas peor. — Le extendí la pastilla y el vaso qué aceptó de inmediato llevándose a la boca dos pastillas. —No entiendo como a tu edad puedes ser tan descuidado, acaso tus padres no te enseñaron a cómo controlar tu celo. Mis padres siempre tuvieron un calentario...

Hubo una gran ventaja que su celo comienzo cuando estábamos solos, a mí no me afectaba en nada su cambio, pero afuera estaban los trabajadores que sí podían ser afectados por la gran cantidad de feromonas que podría estar esparciendo y salir lastimados por su descuido.

—Acaso no te diste cuenta de que ya ibas a empezar a entrar en celo. — Volví a reclamar, molesto. Después de que subió su temperatura y comenzará a actuar como un pervertido, lo ayudé a salir del ayuntamiento sin que nadie notara su estado, trayéndolo a la dirección que él me dio con la poca cordura que le quedaba.

—No... tengo tantas cosas en la cabeza que creí... creí que estaba enfermo y solo sería una simple gripe, no he podido dormir desde hace días por el trabajo. — Me confiesa, con una voz lenta parecía estar recuperándose, coloque mi mano en su frente verificando qué la temperatura estuviera bajando, sus mejillas aun seguían sonrojadas. —Quería terminar todo antes de mi celo... por eso no le puse tanta importancia, pero al parecer se adelantó por el estrés.

—Creo que ya estás mejor, deberías de ir a tomar un baño y será mejor que me vaya por que dejamos un caos en la oficina.

—No te vayas. — Añade, parece más una súplica que una orden.

Say You Are Mine?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora