CAPÍTULO 3. KIM SEOKJIN

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Miro por la pequeña ventana del avión sin realmente ver. Son demasiados vuelos en mi vida ya para que la grandeza de las nubes me impresione.

Recuerdo la primera vez que subí a un avión. Debía tener seis o siete años y mis padres nos habían llevado de vacaciones a mi hermana Myeong y a mi. Siempre hacíamos viajes cortos, pero esta vez decidieron tomarse unas verdaderas vacaciones con nosotros y salimos del país. Primero me asusté por la presión de mi cuerpo contra el asiento al coger altura, pero una vez arriba, cuando parecía que el avión ni siquiera se movía, recuerdo mirar las nubes el resto del viaje. Esa eterna capa blanca que parecía esponjosa y daban ganas de correr y rebotar por toda ella como si fuese un eterno campo de juegos.

Ojalá hubiese forma de recuperar esa inocencia, esa ilusión por todo. Pero conforme crecemos y adquirimos conocimiento, aprendemos que no puedes simplemente rebotar en esa eterna capa de nubes... porque la densidad de tu cuerpo es tal que no te sostendrían ni por un segundo. Sólo son aire, y uno pesa demasiado para que lo sostenga únicamente el aire.

Cuando por fin aterrizamos en el aeropuerto de Corea del Sur es cuando consigo esbozar una sonrisa de verdad.

Nada más bajar del avión unos finos pero fuertes brazos me rodean y yo solo devuelvo el abrazo con gusto, elevándola del suelo unos centímetros. -¿Quién te ha dado permiso para estar aún más guapa, Mye?

Ella ríe, esa risa genuina, sincera y real que yo hace tiempo que he perdido. Pero claro, Myeong es natural, despreocupada y vivaracha como la vida misma. Supongo que es lo que tiene no cargar con todo el peso de ser el heredero Kim sobre la espalda.

Es ya en el coche cuando lo deja caer, como quien no quiere la cosa. - Deberías tener un par de citas... ya sabes, para que esas pesadas que insisten en ser tu asistente personal esperando ser tus compañeras de vida dejen de acosar a nuestro recepcionista. - Bufo, desviando mi mirada una vez más hacia la ventana, aunque lo único que vea fuera sean coches. La noche ha caído pronto y además parece que llueve un poco, con lo cual hay más tráfico de lo habitual.

-Sabes bien que no tengo interés en citas, Myeong . - sólo la llamo así cuando está siendo molesta. Y realmente el tema de las citas me tiene ya aborrecido. ¿Por qué a todo el mundo parece costarle entender que estoy bien solo? Mi vida ya es lo bastante ajetreada como para añadir una persona más a la ecuación.

-No tiene que ser una cita de verdad, hombre... basta con que vayas con alguien a algún lugar público... que te vean, te hagan unas fotos, salgas en alguna revista y te relacionen con alguien... y dejes de ser "el misterioso soltero". -La veo hacer las comillas con los dedos y no puedo evitar rodar los ojos. Desde que una revista puso eso en uno de sus titulares con respecto a mi, Han no deja de recordármelo. -¡Vamos! No lo digo como hermana, ¡por algo soy tu jefa de prensa, Jin! No conviene que estén más centrados en el misterio de por qué demonios nunca se te ha visto pareja que en tu trabajo y tus logros.

Me encojo de hombros, rindiéndome. Se que no dejará el tema si no lo hago. -Lo pensaré, ¿vale? Ahora solo quiero llegar a casa. Ha sido un viaje largo. -Sé que no es suficiente, pero al menos parece rendirse ella también, dispuesta a dejarlo estar. Noto su cabeza en mi hombro y devuelvo la vista al interior del vehículo, besando su frente. -Te he echado de menos, hermanita.

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La mañana siguiente despierto temprano a causa del jet lag y, al ver que la lluvia ha desaparecido sin dejar rastro, decido que es un buen momento para salir a correr un poco. Siempre me ha gustado el ejercicio, ayuda a despejar la mente y a ahuyentar los demonios.

Doy gracias porque mi apartamento esté tan cerca del parque. Siendo tan temprano apenas hay gente y la mayoría de los caminos están despejados. Ocasionalmente me cruzo con algún otro corredor, ciclistas o madrugadores que pasean a sus perros antes de acudir al trabajo. No es hasta que el sol empieza a hacerme sudar que decido volver a casa, dejando atrás a Jin para enfundarme un traje y transformarme en Kim SeokJin, empresario y heredero. Aquel que siempre me han educado para ser.

Consigo un café en la humilde panadería a un par de manzanas de mi edificio, el ejercicio matutino dejándome de buen humor para ir andando hasta la oficina. Aunque tampoco es que esté muy lejos de casa, la verdad. Sé que el buen humor se evaporará en cuanto vea a mi padre, pero por el momento intentaré mantenerlo todo el tiempo posible.

El recepcionista y el guarda de seguridad me saludan por mi nombre de pila en cuanto entro al edificio y por suerte puedo presumir de saber también los suyos, así que devuelvo el saludo. Myeong es buena en su trabajo, tanto que se ha ocupado de que nosotros no cometamos el error de nuestros padres. Ellos son ajenos a la gente en su propia empresa, sólo son números, dinero. Nosotros no queremos eso. Quiero que, el día que herede por completo la empresa, los empleados me quieran como su jefe y no solo piensen que tengo el puesto por enchufismo. Que así es... pero quiero ser cercano a los empleados. Saber el nombre de aquellos con los que me cruzo todos los días creo que es un mínimo.

El viaje en ascensor se hace eterno mientras nos detenemos en 12 de las 35 plantas que tiene el edificio, unos entrando y otros saliendo, algunos todavía con sus carteras en la mano, otros ya perdiendo los papeles tras un par de horas trabajando. Finalmente, llego al piso 35 y salgo del ascensor.

Mientras el suelo del vestíbulo es de brillante mármol blanco y el del resto de plantas es de microcemento, el de la planta directiva es de tarima flotante, de un hermoso color gris veteado con un gris mas oscuro, casi negro. La decoración es casi minimalista, pero al mismo tiempo clásica. El pulcro escritorio de mi padre; macizo y grande, de brillante roble. Los sillones de cuero color madera, con esas grandes orejas a los lados. Dos cuadros, uno de ellos con un retrato al óleo de mis padres, el otro con el paisaje de la villa familiar, en el sur de Italia. Los únicos detalles personales de todo el espacio.

El pequeño escritorio de la secretaría, justo frente al ascensor... un gesto más de lo poco que los empleados importan a mi padre. El escritorio es alto, de un solo nivel.. obligando a la pobre mujer a permanecer todo el tiempo en pie. Y su código de vestimenta implica llevar siempre tacones, por supuesto. Otra de las cosas que cambiarían cuando la empresa cambiase de manos. -Buenos días, Hana... -Le dedico una suave sonrisa, como si con eso hiciera su trabajo más llevadero y me adentro en la oficina de mi padre, donde está muy trabajador él, leyendo el periódico. -Buenos días, padre. -Y aquí vamos, una vez más.

Un par de horas más tarde, el mal humor ha invadido mi cuerpo, como era de esperar. Para variar, mi padre no es capaz de ver los avances que mi equipo y yo hemos realizado durante estas semanas en Europa. Sólo ve que las cosas no son como él las quiere. Anticuadas, menos eficaces, pero a su manera.

Unos golpes en la puerta me sacan de mis cavilaciones y pongo una mueca cuando la cabeza de mi hermana asoma por ella. -¿Jin?¿Tienes un minuto? - Alzo las cejas, mirándola aburrido. Como si tuviese opción... lo tenga o no, se que ella no se irá sin decir lo que tenga que decir.

Sin embargo, me extraña cuando mira de reojo algo fuera de la oficina, volviendo a meter la cabeza hacia el despacho, mirándome como preocupada. Mi instinto me hace extender mi aura de Alfa hacia ella, rodeándola. Sea lo que sea lo que la perturbe, siempre la he protegido, y ella lo sabe. Pero me deja completamente descolocado con sus palabras. -¿Recuerdas aquel chico que desapareció del instituto en tu penúltimo curso?¿Jung Hoseok?

¿Cómo no recordarlo cuando desapareció esa noche?

SIEMPRE TE SENTÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora