𓍯𓂃 ᵈᵒᶜᵉ

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HYUNJIN

Después de las clases divisé a Felix abriéndose paso por entre la multitud del pasillo. Entró en la oficina principal segundos antes de que pudiera alcanzarlo. La noche del martes era mi única noche libre y había planeado jugar al baloncesto con Chan. Golpeé con el puño la taquilla que tenía al lado. Ahora tendría que esperar a que saliese de su maldita sesión de terapia.

Recorrí los pasillos antes de quedarme sentado frente a su taquilla. Al verlo no llevaba la mochila ni el abrigo, así que imaginé que tendría que regresar a buscarlos antes de marcharse a casa. Habría sido mucho más inteligente esperarlo junto a su coche.

Al oír pasos sobre el suelo de linóleo supe que se acercaba. Su cabello rubio se agitaba con cada paso. Llevaba los libros pegados al pecho y la cabeza gacha. Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron cuando pasó de largo. Ignorarme en un pasillo vacío era demasiado.

— Eres la persona más maleducada que he conocido — dije levantándome del suelo —. Devuélveme la jodida chaqueta.

Felix se dio vuelta. Por un segundo pude ver el dolor desgarrado en su cara, pero entonces advertí la tormenta en su mirada.

— No me extraña que necesites clases particulares. Tienes el peor vocabulario del mundo. ¿Alguna vez te has molestado en aprender palabras que no empiecen con jota?

— Tengo otra palabra para ti. Jódete. Has vuelto con tu novio y no podías soportar devolverme mis cosas delante de los demás.

— Tú no sabes nada.

— Sé que estás loco — en cuanto le dije me arrepentí.

Por segunda vez desde que lo conocía, Felix reacciono como si lo hubiese abofeteado. Se le llenaron los ojos de lágrimas, se le sonrojaron las mejillas y parpadeó con rapidez. Había logrado hacer que me sintiera como un idiota... otra vez.

Sacó la chaqueta de la taquilla y me la lanzó.

— ¡Eres un imbécil! — cerró la taquilla de un portazo y se alejó.

Maldita sea.

— ¡Felix! — corrí tras él —. Felix, espera.

Pero no esperó. Lo alcancé, lo agarré del brazo y le di la vuelta hacia mí. Maldita sea, las lágrimas le resbalaban por las mejillas. ¿Qué se suponía que debía hacer yo?

— No sabía que estuvieras esperándome. No te había visto — dijo entre hipidos, y se secó las lágrimas con el dorso de la mano —. Debería haberte devuelto la chaqueta ayer, pero... — tragó saliva y aquello hizo que su cuello pálido y delicado se moviera —. Pero quiero volver a la normalidad y durante unos minutos fue así. Como hace dos años... como antes de... — dejó la frase a medias.

Si yo hubiera tenido la más mínima oportunidad de recuperar la normalidad, habría prendido fuego a la maldita chaqueta.

Tomé aliento y me tragué el orgullo. Como habría dicho Chan, puf. Mis músculos se relajaron y mi rabia desapareció. Felix agachó la cabeza y se ocultó tras sus libros. Nunca entendería por qué aquel chico hacía que me brotara la conciencia.

— Lo siento. No debería haberte gritado.

Él dejó ver su cara pálida e hipó de nuevo. Un cabello rubio se le quedó pegado a la mejilla. Yo estiré la mano para soltárselo, pero vacilé cuando estaba a punto de tocar su piel. Juro por Dios que él dejó de respirar, incluso de parpadear, y durante un segundo yo también.

Felix tomó aliento tembloroso y se humedeció los labios cuando aparté la mano.

— Gracias.

No sabía si estaba dándome las gracias por la disculpa o por soltarle el pelo, pero no pensaba preguntárselo. El corazón me latía con fuerza. Aquel otoño en clase de Literatura habíamos leído sobre las sirenas, una estupidez de mitología griega sobre unas personas tan hermosas, con unas voces tan cautivadoras que cualquiera hacía cualquier cosa por ellas. Resultaba que aquella tontería mitológica era cierta, porque cada vez que lo veía, perdía la cabeza.

ROMPIENDO LAS REGLAS    ୨୧  ʜʏᴜɴʟɪxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora