Extra II

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Wei Ying observaba orgullosa cómo A-yang y la pequeña hadita de Yuan terminaban de ajustar sus túnicas de caza y comprobaban por enésima vez que llevaran todas sus herramientas y provisiones. Lucían seguros de sí mismos, dignos primogénitos de sectas.

—Recuerden comportarse a la altura y hacer honor al apellido Lan. Sean prudentes, trabajen en equipo con los demás...y demuéstrenles a esos presumidos Jin todo lo que han aprendido.

Wei Ying les dedicó una amplia sonrisa de ánimo mientras acomodaba un rebelde mechón azabache tras la oreja de su hija.

Yuan se irguió muy tiesa, con expresión determinada. —Así será, madre. Les demostraremos que los Lan somos imbatibles.

—Y yo cuidaré de que no haga un desastre —agregó A-Yang guiñándoles un ojo con confianza.

Wei Ying soltó una cristalina carcajada y atrajo a ambos a un cálido abrazo grupal, estrechándolos con fuerza como si así pudiera retener un poquito más de su esencia infantil antes de dejarlos marchar. Ya no eran unos pequeñines, sino todos unos cultivadores con grandes responsabilidades sobre sus hombros. Pero para Wei Ying seguían siendo sus niños preciosos, y la sola idea de verlos partir le estrujaba el corazón. Aunque... quien hubiera pensado que Gusu Lan terminaría estando bajo las manos de unos revoltosos, casi convirtiendo las reglas en un mal chiste.

Tras un momento se obligó a alejar esos pensamientos y rompió el abrazo para tomar el rostro de A-Yang entre sus manos.

—Cuida mucho a tu hermana, y cuídate también. No quiero temerarios, ¿de acuerdo?

El joven asintió con seriedad antes de fundirse en otro abrazo con su madre. Un instante después Lan Xichen se unía a ellos en un gesto tan natural como respirar.

—Que tengan un buen viaje y muy buena cacería. Hagan honor a los Lan —les deseó con una mirada cargada de significado, reconfortando con un apretón en el hombro a su esposa.

Poco después ambos contemplaban desde el portón principal cómo esa pareja de jóvenes cultivadores emprendía el camino cuesta abajo hasta perderse entre los árboles del bosque, apenas dos pequeños puntitos grises que pronto se desvanecieron.

Wei Ying dejó escapar un suspiro y se volvió hacia su esposo.

—Sabía que este momento llegaría, pero...duele más de lo esperado. Siento que acabo de desprenderme de un pedazo de mi propia carne —admitió con una sonrisa teñida de melancolía.

Xichen la cobijó protectoramente entre sus brazos, besando su sien—. Lo sé...a mí me pasa igual cada vez. Pero ya no son unos niños, esposa. Tenemos que dejarlos crecer, aunque nos duela el alma.

Wei Ying asintió, recostando la cabeza sobre ese hombro fuerte tan familiar. Se sentía reconfortada allí entre esos brazos, como si junto a Xichen pudiera enfrentar cualquier adversidad.

Tras un momento en esa misma posición, él le tomó la mano y le sonrió con dulzura.

—Ven, vamos a desayunar algo. Mi tío nos espera y luego tengo algunos asuntos que atender. Pero nos veremos para comer, ¿de acuerdo?

Wei Ying le devolvió la sonrisa, ya repuesta. Xichen tenía razón, no podían detener el tiempo aunque así lo desearan en el fondo de sus corazones.

—Está bien, mi Lan. Ve a cumplir con tus obligaciones mientras tanto yo escaparé a molestar un poco a tu venerable tío con mis insolencias.

Ambos rieron ante la imagen, tan habitual ya, de Wei Ying desafiando la legendaria paciencia del maestro Qiren con sus ocurrencias.

Poco después, sentada ante una humeante taza de té frente al ceñudo anciano, Wei Ying dejaba vagar la mirada hacia el patio interior donde tantas veces contempló jugar a sus retoños bajo el sol. ¿Por qué se sentía tan nostálgica?

Oscuridad entre las nubes Xixianfem!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora