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El qué merezco o qué no merezco era cuanto menos surrealista, y algo que, por desgracia me cuestionaba frecuentemente. Todo sucedía muy deprisa y aun no me hablaba con Megan, interactuábamos por WhatsApp de una forma poco seguida y eran audios que igual no eran respondidos porque una no quería o la otra no tenía tiempo.

¿Ya no tengo amistades? Me llegué a preguntar. Fue duro cuando me quedé tumbada aquella mañana de mediados de octubre mirando el techo. Contar quién era mi amigo era sencillo: Sarah. Ted era como mi padre, pero amistades... la fama crea soledad y yo, ahora mismo la odiaba con todo mi ser.

Nadie te avisa de estas cosas, a fin de cuentas, y, aun así, a una cría por más que le digas los aspectos negativos que puede conllevar... te dirá que quiere fama, ropa gratis, maquillaje gratis y mucho dinero. Aunque no fue mi caso del todo.

Quería ser actriz y hacer sentir todo lo que yo sentía. Me gustaba, empecé a aprenderme los diálogos de mis series y películas favoritas, interpretándolos en la soledad de mi cuarto, aquel que era todo rosita y blanco. La ironía de la vida, ¿no? Mi madre decía que el rosa era un color bonito para las niñas y que por ello mi cuarto parecía sacado de un cuento de hadas. A mí no me gustaba. Lo detestaba.

Nadie apostaba por mí, mi padre nunca lo hizo y mi madre solo para que me callara me llevó a hacer castings y vaya con la ironía que de segundona pasé a ser protagonista. No cabía de la ilusión mi madre, ya planeó toda su vida y en dónde iba a vivir. Una gran casa en Nueva York, con alguien que cocinara porque ella lo detestaba, vino y poder irse con mi padre de vacaciones siempre que quisieran. No vivir preocupados por llegar a fin de mes.

Eso sucedía muy a menudo en mi casa, porque sí, no me he criado en Nueva York y de hecho no he nacido aquí, aunque la sienta como mi propia casa. Nací en Vermont, ahí hay mucho campo. Digamos que he sido chica campo, pero yo siempre soñé con las grandes ciudades, Nueva York la principal.

Me mudé con mis padres cuando la fama empezó a crecer y los papeles grandes abundaban, teníamos que venir mucho a Nueva York y a Los Ángeles, pero nos quedamos en la primera opción. Estaba como a quien llevan a DisneyLand, pues lo mismo, pero con una ciudad. Había soñado tanto con pasear por estas calles que lo veía surrealista, dicen que lo bonito dura poco y qué razón tenían.

Mis padres se fueron de Nueva York en cuanto cumplí los veintiún años, con bastante dinero en el bolsillo cabe destacar y regresaron a Vermont. No vendieron la antigua casa, aunque la remodelaron para que quedara más estética. Yo no iba desde... creo que la última vez que fui tenía diez años, ¿lo echaba de menos? Eran mis raíces, me encantaba pasearme por la ciudad y por el campo con mis patines de línea. Era inocente. No tenía ni un dólar en el bolsillo, pero sí era feliz. ¿Lo soy ahora? Dilema que no quise detenerme a pensar, tampoco pude, sonó el ruido de alguien abriendo la puerta. Digo alguien, pero la única que puede es Sarah, cambié la cerradura para que Chad no entrara porque él sí tenía llave.

―¿Y la maleta? ―Exclamaba Sarah desde el piso de abajo.

―Se ha ido a la mierda la maleta ―bufé subiendo las sábanas hasta cubrirme entera.

Escuché unos pasos subir las escaleras de caracol, Sarah con mucho arte y poco mimo me destapó haciendo así que tuviera frío. No iba en traje, a ver, es que íbamos al campo tampoco de desfile, pero era extraño en ella. Tejanos negros, unas Vans de bota, un jersey de cuello vuelto negro con una frase que ponía claramente: "Fuck the society". El pelo rubio estaba recogido en una pinza atrás y supongo dejó el abrigo en el recibidor.

―De verdad Addison, ¿por qué sigues en la cama? ―Dijo sacando la maleta y abriéndola en el suelo.

Me levanté de la cama para ayudarle a meter la ropa suficiente para una semana, el neceser con productos de higiene y maquillaje, ropa interior... lo que cualquier persona común mete en una maldita maleta, ¿no?

TOUCHDOWN AL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora