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Había dormido Cole en mi apartamento, incluso tenía un cajón con sus pertenencias y un cepillo de dientes. Se me hacía raro dirigirme al baño y ver productos masculinos, como si compartiéramos algo. Muy íntimo. Muy nuestro.

Llamaron al timbre, yo ya estaba a medio vestir así que Cole dijo que iba él a abrir. Me puse el jersey como bien pude y como me permitió la toalla que envolvía mi pelo.

―¡Menos mal que no te has peinado todavía! ―Exclamaba Sarah, en el umbral de la puerta de abajo. Cerrando tras de sí.

―Tienes llave, ¿por qué has llamado? ―Inquirí.

―A Archie le hacía ilusión ―se encogió de hombros―. Vas perfecta, es hora de que te arregle el pelo.

―Me lo iba a dejar suelto.

―Es momento.

―No lo es.

―Los cambios son buenos.

―Son estresantes ―rebatí.

―¿Café? ―Inquirió Cole mirando a su amigo, Archie.

Subí las escaleras escuchando a Sarah ir detrás, llevaba unas Converse con plataforma negra y se me hacía extraño verla sin sus tacones de aguja tan característicos.

―Vamos, deja que te haga algo en el pelo. Vamos a ir al desfile y luego nos dividimos para cenar en Acción de Gracias, ¿sabes cuánta prensa va a ir? Después de aquella vez, no ha sido todo tan horrible y en nada vas a empezar a grabar una serie.

―Sarah...

―Tus complejos solo te encarcelan a ti, Addison.

―De acuerdo. Vale. Vamos al baño ―bufé.

Cogimos una silla y me senté en ella. Llevaba mi falda de pana negra algo ajustada con unas medias negras transparentes y corazoncitos en ellas. Por dentro de la falda una camiseta de manga larga blanca y alguna frase que no recordaba, a juego con una americana de color granate y mis botas altas negras.

Empezó a secarme el pelo, pasar un cepillo especial para pelo ondulado, sacó gomitas, piedrecitas y me dio pánico el asunto. Sarah era una persona con destreza a la hora de hacer cualquier cosa, lo mismo te organiza la vida que te hace el peinado del año.

Me repeinó hasta tal punto que necesitó gomina para ello, dejando dos mechones sueltos por delante y el pelo suelto, tan solo estaba sujeto en dos coletas altas. Recubrió la goma con un mechón de pelo para que no se viera e hizo una trenza bien suelta. Sentía que me estaba haciendo un lifting. Luego colocó unas piedrecitas blancas en la trenza y por delante de las coletas. Bien distribuidas con unas pinzas, lo que me dio a entender que sí o sí iba a lograr que me peinara.

El cabello me caía como una cascada puesto que era ondulado de por sí y me veía extraña. Como si aquella no fuera yo. Siempre he llevado el pelo suelto y salvaje, de hecho, mi madre de pequeña no me hacía recogidos más allá de un par de coletas en Educación Física. Me acostumbré a que el cabello me tapara casi toda mi existencia y ahora, la mitad estaba sujeto en dos coletitas.

―Es que, todo te queda bien hija. Es tu don por naturaleza.

Yo seguía mirándome al espejo, no me había puesto el pintalabios aún. Quería causar buena impresión a mis... ¿suegros? Qué raro se me hacía pensarlo, no quiero imaginarme diciéndolo.

Me pinté los labios como de costumbre y apliqué bien de rímel, mi primer Acción de Gracias como una persona que tiene una estabilidad era algo digno de enmarcar. O al menos, yo lo tomaba con orgullo. Un momento así no quería pasarlo por alto.

TOUCHDOWN AL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora