XXIX

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Capitulo XXIX

En el Japón feudal, gracias a las influencias del budismo y del sintoísmo. Doctrinas que consideran que la paz, el equilibrio y la armonía con la naturaleza son fundamentales para una vida plena y feliz. Propicio que existiera una cierta promiscuidad y relajación de costumbres en cuestiones relativas al sexo. Así a diferencia de lo que ocurrió en Occidente, en Japón el sexo no estaba sometido a prejuicios morales, sino se concebía desde un punto de vista más orientado hacia el placer y la responsabilidad social. Por lo que no veían el sexo como algo obsceno o pecaminoso, sino más bien como algo estético y un acercamiento hacia los dioses.

El sintoísmo en sí mismo planteaba que la tierra nipona nació del sexo. Hay una escritura referente a los dioses creadores Izanagi e Izanami, que dice:

"Mi cuerpo formado, tiene un lugar que se forma en exceso. Por eso, quisiera tomar ese lugar de mi cuerpo que está excesivamente formado e insertarlo en ese lugar de tu cuerpo que está insuficientemente formado y así dar a luz a la tierra"

Dándonos a entender que para los japoneses, es más que un símbolo o una idea. El sexo era visto como bueno en sí mismo algo que iba más allá de un papel de procreación. Siendo "un don" más de la naturaleza y por tanto lícito de disfrutar de él.

Esto se vio reflejado en varias costumbres, ritos y celebraciones populares en el período Edo, donde se atestigua la presencia de elementos fálicos (harigatas), casi siempre relacionados con ritos de fertilidad y fecundidad. Así sabemos la existencia de ritos donde se arrojaba un falo flotante al mar para que fuese arrastrado por la corriente, o de realizar una plegaria ante un elemento fálico cuando una mujer iba a contraer matrimonio, para asegurar prosperidad y descendencia. Otro ejemplo de esto, es la ancestral tradición del Utagaki, una serie de ceremonias eróticos sintoístas, que se celebraban en primavera y otoño, y conllevaban la práctica grupal de cánticos, bailes, banquetes, sexo ritual y recitales de poesía romántica. De este podía existir una gran cantidad de variantes regionales, donde después de un baile sagrado estilo kagura, se ofrendarían relaciones sexuales a los dioses locales dentro de los mismos templos o en los campos de cultivo, permitiendo en aquellas ocasiones la abolición temporal de las normas referentes al matrimonio y al decoro. Si bien, la fiesta contenía sus propias normas. Las mujeres disponían de libertad para rechazar o acceder al cortejo que se les daba a través de poemas. En algunas ocasiones, existía la única condición de tener sexo con al menos tres hombres en el transcurso de la noche. El Utagaki suponía a los solteros una oportunidad para encontrar pretendientes fuera de la población inmediata, y a los enamorados una excusa para tener encuentros sexuales. Concebir hijos en estos festivales no era considerado deshonroso. De esta manera, con la bendición de las divinidades, tanto la virilidad de los hombres como la fertilidad de las mujeres se verían potenciadas, trayendo prosperidad a las poblaciones y a sus gentes.

Otro gran ejemplo de la libertad sexual en las comunidades rurales es el Yobai (gatear por la noche).

La casa del campesino era menos patriarcal que la del samurái. La sexualidad estaba regulada espacialmente, estando designados los lugares en la que los encuentros sexuales debían darse. Todas las casas contaban de una sola planta divididas en cuatro partes. Así la cabeza de familia y su esposa dormían en la habitación principal. En seguida estaba el cuarto donde dormían los hijos. Con lo que para acceder a esos dormitorios se tenía que pasar forzosamente por el dormitorio principal de los padres. Con esto eran los mismos padres quienes regulaban y estaban consientes en todo momento de la sexualidad de sus hijas a través del Yobai.

Así, esta costumbre que se solía practicar entre hombre y mujeres, jóvenes y solteros. Consistía en que por las noches, los varones se introducían silenciosamente en casas con mujeres solteras. El hombre se arrastraba gateando discretamente cubierto con una máscara o con un paño, hasta la puerta de la habitación de una joven. Tras un tosido o pequeño ruido, la mujer debería de abrir la puerta y dejarlo pasar a su habitación, donde él daba a entender sus intenciones. Si la mujer consentía, podían desde recostarse juntos y conversar hasta mantener relaciones sexuales. Antes de que saliera el sol, el chico tenía que salir sigiloso de la casa y dejar un pequeño presente a su pretendiente. Una chica podía tener varios de estos tipos de pretendientes. Disfrutando ampliamente del sexo prematrimonial antes de elegir a un prometido, el cual era decidido, al tener más visitas constantes a la casa, considerándose un compromiso. Por supuesto los padres eran completamente conscientes de lo que estaba pasando en sus casas, pero la tradición dictaba fingir ignorancia. Al igual que el pueblo que era conocedor de quien pretendía a quien en todo momento. Manteniendo así, los lazos en la comunidad y asegurándose de vigilar a los jóvenes hasta el matrimonio. En algunas zonas rurales, el Yobai sólo estaba permitido para los residentes de un pueblo, no para los visitantes, pero también existían zonas en las que cualquier persona podía ir a "probar suerte" y conocer a alguien. Mientras que en otras pocas, las mujeres solteras no tenían permitido recibir visitas, pero las mujeres casadas sí, siempre y cuando sus esposos estuvieran lejos de ellas durante mucho tiempo debido a viajes o trabajo. Dejándolas desahogar sus tentaciones para no afectaran gravemente el vínculo entre la familia. De la misma forma, los hombres casados podían ir con otra mujer sin poner en riesgo su vínculo nupcial.

Raikoritsu no hata (El campo de las lycoris)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora