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"No me interesa, señora"

Quizás debería ser más amable con la desesperada mujer a la que acaba de salvar de un pequeño incendio en una hogareña cafetería ubicada en el centro del pueblo, pero no está de humor.

¿Cuando lo está? sería la pregunta.

Lleva cerca de cuarenta y ocho horas de guardia en la estación. Si bien no ha sido algo excesivamente estresante como en otras ocasiones, la falta de sueño comienza a pasarle factura. Limpiar cada estancia del parque de bomberos, revisar camiones y acudir a emergencias lo deja agotado.

Siempre le toca hacer a él parte del trabajo sucio, dado a que es de los más jóvenes y fuertes. Si bien todos los alfas y algún beta que forma el cuerpo de bomberos del pequeño pueblo tienen una formación y complexión física digna del trabajo que desempeñan, su condición era una de las mejores y, por tanto, muy demandada a la hora de realizar las actividades más exigentes.

No es que sea una ventaja, precisamente; aunque es cierto que a simple vista podría perecer lo contrario.

Por ejemplo, apenas tiene frío; lo que se agradece en esta época del año. El invierno en Buenos Aires es bastante extremo comparado con otras zonas de Argentina, por lo que poder pasear con apenas una camiseta de manga larga una noche de Julio es un lujo.

También, su olor es mucho más fuerte y penetrante que el de otros alfas. Una mezcla de lluvia, menta y leña quemada, que le ha valido para evitar peleas con un simple gruñido o una flexión de los músculos de su espalda.

En esos momentos, la cara de los pobres que se le acercan en busca de conflicto es una imagen maravillosa.

De las pocas cosas que le alegran el día.

Pese a todas las facilidades, el hecho de que todo el mundo le tema o le adule por su simple naturaleza, ha hecho de él una persona bastante reservada.

No en el buen sentido.

De niño era cariñoso, feliz y risueño. Como cualquier pequeño con una vida acomodada y familia amorosa. Todo cambió cuando a la tierna edad de cinco años*, un poco más tarde de lo normal, todas las sospechas de sus padres se confirmaron.

Era un alfa puro.

No fue sorpresa ni alivio. Su padre lo era, también su abuela y su abuelo. El destino había sido bastante predecible en ese momento.

A partir de ahí, las presiones llegaron.

Haz aquello, un alfa no hace esto, eso es de omega, puedes hacerlo mejor, no avergüences a tu casta, y un largo etcétera de cosas que afortunadamente no escuchó en su núcleo familiar pero sí en la escuela o en su vida diaria.

Ahora era todo lo alfa que se podía ser.

Solo le faltaba algo que a la gente le parecía un pecado no tener a sus veintisiete años.

Un omega.

No quiere un maldito omega. Ni un alfa ni un beta. No quiere a nadie y menos para satisfacer los deseos de ancianos y malas lenguas. Es absurdo el afán por aparearse y marcar a alguien para el resto de su vida como si fuera algo que tomarse a la ligera.

Su lobo jamás había sentido eso que se supone que debería sentir al querer todo aquello. Era más bien tranquilo ante todos los olores, incluso rechazando la mayoría. Sus padres y su hermana eran los únicos ante los cuales su fuerte animal interior reaccionaba como un cachorro.

Es por eso que se encuentra encogiendo su nariz ante el fuerte olor a pánico y un poco a naranja que desprende la omega que le ofrece ir a su casa para recompensarle con algún tipo de comida.

ɴᴏ ʟʟᴏʀᴇꜱ ; ᴍᴀʀɢᴜꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora