XXI-Matrimonios

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Rhaenyra estaba tan triste últimamente que Aela pasaba casi todo su día con ella. El asunto del matrimonio entre Aegon y Helaena la tenía mal, no pudo evitar que sus hermanos se comprometieran ni que se casaran. Rhaenyra se rehusaba a la idea, tanto así que no habia asistido a la boda, el matrimonio de sus hermanos lo habia tomado como una traición de la que jamás se recuperaría. La heredera no entendía como Alicent había sido capaz de comprometerlos, en el pasado había acusado a Rhaenyra por las costumbres Targaryen, ¿cómo era tan hipócrita para hacer lo mismo que tanto crítico? No lo entendía, quizás nunca lo haría.

Aela acariciaba el vientre de su madre, ambas estaban en el salón de la mesa pintada leyendo un poco. Últimamente Aela ya no tenía muchas cosas que hacer, luego de entregarle Runestone a Andar ella ya no asistía a más reuniones, eso le dolía, le dolía saber que había entregado Runestone para poder estar con Aegon y este no había ni siquiera luchado por ella. Habían pasado dos años desde la boda de ambos hermanos. Al final el compromiso de Aela y Aegon no había sido posible, la reina lo evitó a toda costa y Aela había renunciado a Runestone por nada.

Las primeras lunas tuvo el corazón roto por Aegon, luego de poco tiempo ya no sintió nada. Ella no perdonaba las traiciones, no sufriría mucho tiempo por Aegon, se merecía algo mejor. Tenía envidia de que al menos Aegon formaría una familia, ¿pero ella? Quizá estaba lejos de lograrlo, ¿con quien se casaría? Siempre había pensado que terminaría casada con Aegon pues Rhaenyra así lo quería, pero ¿qué quería ella? Quizá era momento de descubrirlo.

Los dragones volaban tan alto sobre las enormes edificaciones de piedra hechas con fuego y magia, eran tan majestuosas como los mismos dragones. Valyria brillaba bajo el sol del ocaso, su esplendor era tan maravilloso. Las trompetas sonaron y bajo el cielo anaranjado ambos amantes se unieron con sangre, un lazo que duraría para la eternidad. Así, dos enamorados unieron ambas casas: la del rojo sangre y la del amarillo brillante. Juntos subieron a sus dragones y volaron lejos para explorar su nueva vida juntos.

Aela nunca lo admitiría, pero adoraba que su madre le leyera historias de amor de la antigua Valyria, eran mágicas y encantadoras, quizás no totalmente reales, pero eso al final no importaba. Rhaenyra sonrió ante la mirada de Aela, sus ojos brillaban y como madre estaba más que segura que estaba enamorada, aunque le partía el corazón saber de quien.

¿Aela seguía enamorada de Aegon? Era un rotundo no, ya no lo amaba o quería. Con forme la historia avanzaba, se daba cuenta de que lo había superado y a su mente ya no venía un recuerdo de Aegon cuando pensaba en el amor, venía el recuerdo de alguien que sabía jamás podría lastimarla.

—¿Te gustó la lectura de hoy? —Aela asintió—. Quizá deberías ir a volar un poco, hace semanas que no vez a Vidriagón.

Aela decayó un poco, era cierto, hace mucho no volaban ni la veía. Ambas estaban tristes y Vidriagón, al igual que Aela, se rehusaba a Volar en esas condiciones. Quizá debería comenzar a dejar ir esos sentimientos de tristeza, no eran buenos para su dragona.

—Prefiero estar contigo y con él bebé.

Era cierto, Aela amaba la compañía de su madre. Aunque tras su tristeza habían muchas más cosas.

—Se que es duro hija, ver como el amor de tu vida se casa con alguien más, pero...

—Aegon no es el amor de mi vida. Lo amaba, madre, pero eso es algo que ya no importa. A mi ya no me importa.

—¿Y por qué estas tan triste?

—Extraño ser la señora de Runestone, madre, lo he sido toda mi vida y ahora qué la dejé en manos de Andar todo parece estar fuera de mis manos.

Dragon's Blood I: Pureza de sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora