LIX-El ascenso del dragón

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Poco se habla de lo que sucedió luego del encuentro entre el rey la reina en esos aposentos, pero si en algo coinciden todos es que ese día el rey murió. A sus 24 años y tras un corto pero caótico reinado, el Rey Aegon II de la casa Targaryen falleció en sus aposentos tras... una lamentable complicación de salud. Los pocos que se atreven a hablar del tema cuentan haber visto a una mujer salir de la habitación, con su vestido verde manchado de la sangre del rey y ella misma empapada de la sangre de este. Rumores, claro.

Por la mañana del día 7 de la luna 5 del año 131 d.c, la Reina Aela de la casa Targaryen ascendió al trono de hierro como regente de su pequeño hermano el rey Aegon III de la casa Targaryen. Con su Ascensión se dio por terminada la guerra conocida como la danza de dragones y dio paso a una nueva era de la casa Targaryen en la que ya no tenían dragones, o al menos no tantos como en épocas pasadas. Los pocos dragones que quedaban eran la pequeña dragona rosa de su hermana Rhaena nacida en el valle, la dragona violeta de la reina Aela y las crías de dragón de los pequeños hijos de esta. La opulencia de la casa Targaryen se había visto opacada por la guerra y ahora era momento de reconstruirse.

–¿Qué sucederá ahora, Aela? –preguntó el pequeño Aegon–. ¿Seguimos siendo solo tú y yo?

-Claro que seguimos siendo solo nosotros, Aegie -Aela abrazó a su hermano-. No te abandonaré ahora.

-No quiero casarme con Jaehaera o con... nadie.

-No lo haras hasta que no quieras. -beso la frente de este-. Ahora escucha Aegie: necesito que seas fuerte, se que ya lo eres, pero ahora necesito que lo seas más que nunca, ¿si?

-¿A qué te refieres?

-Habrá un consejo, como rey tienes que estar presente -busco las palabras adecuadas, pero no las encontró a tiempo-. A ellos no les importara nada de lo que nos ha pasado, solo querrán ver por el reino y sus propios deseos. Debes ser fuerte, ¿esta bien?

-Yo... no me siento listo, Aela.

Aegon se apartó bruscamente cuando la puerta fue abierta, se escondió tras unas libretas de la estancia. Era Slash, su antiguo amigo del barco en el que él y su madre viajaban. Salió de su escondite solo cuando el guardia cerró la puerta.

-Los esperan en el consejo, mi reina, mi rey -Slash hizo reverencia para ambos-. Los lores... están demasiado demandantes.

-¡No iré, me rehusó! -declaró Aegon ante su hermana.

Aela estaba impaciente, más irritada que nunca en la vida, por fin el peso de toda esta guerra comenzaba a afectarle, pero no se dejó ir y con toda la paciencia que logró reunir le habló a su hermano.

-Lo dejaré pasar por un tiempo, pero algún día tendrás que estar listo, Aegon.

El niño asintió y volvió a inmiscuirse en la estancia, dejando tras de él a su hermana y su guardia preocupados. Aela temía que Aegon se deprimiera aun más.

-Todo estará bien, mi reina.

-¿Ya no me llamas princesa?

-Ahora no importa si esta casada o no con un rey, usted es la REINA regente.

Aela asintió muy a su pesar y junto con su guardia personal se adentraron al consejo que los esperába. Ahí estaban todos, sentados, esperando a la próxima presa que se sentará en la silla del rey. Para su mala suerte no era un rey, era una reina y no era nada menos que Aela Targaryen.

-¿El rey no nos acompaña esta mañana?

-El rey decidió descansar.

-¿En un momento cómo este el niño decide descansar?

-¡El niño es su Rey! -le espetó Aela-. Si usted hubiera pasado por la mitad de cosas que paso mi hermano, le aseguro que no estaría aquí para contarlo.

Aela, ahora con su vestimenta característica se su casa, el rojo y negro, y con sus trenzas daba aún más miedo y ningún Lord se atrevía a pasarse de la raya.

La reina no se atrevía ni a mirar de reojo a la Lord mano, Cregan Stark, aun seguía resentida más que nada y aunque la actitud era infantil, lo mejor era ignorarse mutuamente hasta que el consejo terminará.

Aela se perdió en un punto, se dio cuenta que por mucho que quisiera, no podía concentrarse con un montón de hombres hablando cosas sin sentido alguno. Lo único que quería era callarlos y si era posible matarlos, pero supuso que eso no le competía a una regente.

Se tocaron muchos temas de importancia también, por suerte, su madre la había preparado tanto a ella como a Jacaerys para esto, para la labor de reinar. Después de todo, Aela y Jacaerys habían sido los herederos por mucho tiempo antes de que las cosas se complicaran.

-Es un niño, no necesita una esposa ahora.

-Si me permite, su majestad...

-Los temas matrimoniales le competen a la reina, no al consejo -lo detuvo Aela con un semblante serio-. Les pido se abstengan de comentar algo al respecto, cuando tenga mi desición final sobre la futura reina de mi hermano se los haré saber yo misma.

El consejo terminó para la suerte de Aela, pero aún seguía habiendo algo pendiente: la charla con su viejo amigo Cregan Stark. La reina había querido evitarlo a toda costa, pero era algo que se daría tarde o temprano.

Lord Stark la siguió hasta la ventana de la habitación del consejo, se armo un pequeño silencio, pero Aela decidió que era suficiente.

–Pensé que nunca vendrías -sonaba a reproche, Aela no quería empezar por ahí–. No estaba esperando por ti tampoco, solo... lo siento, solo me dolió mucho.

–Tenía que pensar fríamente –se excuso. Aela odiaba las excusas.

–Porque eso es lo que los Stark hacen, ¿no? Pensar fríamente sus movimientos –sonrió amargamente negando con la cabeza–. Esa es la diferencia entre nosotros. Entre tú y Jacaerys. El habría incendiado un ejército entero por ti, pero tú no acudiste a salvar a la mujer que él amaba.

–Pensé que no querías ser salvada.

–¿No quería...? –la voz de Aela se quebró por fin–. ¡No sabes todo lo que sufrí con él! ¡ME VIOLO! Tantas veces que ya no las recuerdo. Quiso violar a mi hermanita frente a mi. ¿Qué no quería ser salvada? ¡Siete infiernos, quería que los mismísimos dioses me sacaran de ahí!

Aela por fin exploto, todo lo que llevaba dentro por fin salió y era lo que más necesitaba, sacar todo, desahogarse.

–Aela, yo... De verdad lo siento –Cregan se arrodillo a su lado–. Lo pensé demasiado, pero vine por ti, para liberarte.

Aela se carcajeo amargamente, no podía de la impotencia que sentía en su interior.

–¿Me liberaste? –enarcó una ceja–. Me libere yo. Sola. Como siempre. Llegas tarde también. Nunca pensé que llegarías tarde.

Limpio las lágrimas que había derramado, no podía volver a quebrarse así si quería que el reino saliera adelante, tenía que ser más fuerte. No miro de vuelta a Cregan para despedirse, ella ya no quería saber más de él, pero si se detuvo frente a la puerta para dejar algo en claro.

–No te quiero como la mano del rey –le espetó–, partiras ahora mismo y regresaras al norte, después de todo te costo salir de ahí, ¿no? –se pensó un poco más decir lo último, al final lo dijo sin arrepentimientos–. El compromiso entre mi hija y tu hijo, olvídalo.

–¡Aela...!

–Olvídalo –repitió–. No confío en ti ahora y no puedo enviar lejos lo último que me queda de Jacaerys. Supongo que lo entiendes.

La reina tomó un último suspiro de despedida a su viejo amigo y salió de la habitación sintiéndose aun peor. Explotar no le había servido de nada. No estaría bien hasta no reencontrarse con sus hijos.

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19/10/2024

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⏰ Última actualización: Oct 20 ⏰

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