XLIII-Joffrey Targaryen y la reina de medio año

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El grito que salió desde la profundidad de Rhaenyra al ver a su hijo partir a lomos de Syrax se puede comparar con el rugir de un dragón. La reina se desmoronó por completo y se sostuvo de su último hijo como vida: Aegon el menor. El niño parecía tener la responsabilidad de proteger a su madre, así que cuando la reina cayó de rodillas frente a él, el niño se encargó de sostenerla y ponerla de pie. Rhaenyra lo contemplo con la mirada, aun sabiendo que Joffrey y Syrax no volverían, se puso de pie y tomó la mano de su pequeño hijo antes de llevarlo a los pasadizos. No sin antes recoger unas cuentas cosas en el camino.

Rhaenyra puso todo su empeño en sacar a Aegon de la fortaleza roja, antes de que pudieran recapturarla y hacerle daño a su pequeño. Lo llevo a las calles de Desembarco del Rey, estaban solas, pues todo el revuelo se concentraba en la fosa de dragones. En su corazón sintió la ausencia de Syrax, eso la mantuvo inmóvil por un momento hasta que volvió a desmoronar al sentir el dolor incomparable de la pérdida de Joffrey. Por mucho que quisiese, el dolor era más grande que cualquier otra cosa.

-Vamos, madre -pidió el pequeño Aegon casi al borde de las lágrimas-. Encontraremos a Joffrey en el camino.

Aegon de verdad lo creía, lo creía porque era un niño inocente que aún no sabía por completo lo trastornado que estaba el mundo; pero Rhaenyra sabía que jamás lo encontrarían de nuevo, que se había esfumado, así como lo hicieron Luke, Jace, Viserys y Daemon. No tuvo el valor suficiente para decírselo a Aegon, no era capaz de romperle así el corazón a ese pobre niño que ya había pasado por mucho.

Tomó de nuevo la mano de Aegon y comenzaron a caminar encontrando el camino al embarcadero, confiando en que encontrarían a alguien que los llevará hacia Rocadragón. ¿Por qué Rocadragón? Era el único lugar en el cual Rhaenyra y Aegon podían estar a salvo, salvo por el hecho de que ahora Aegon dominaba Rocadragón y Rhaenyra no lo sabía. No sabía con que clase de mounstro se encontraría.

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En la sexta luna del año 130 d.c, muere el príncipe de Rocadragón, Joffrey Targaryen tratando de salvar a los dragones de la fosa. Fue valiente y dulce como sus hermanos, lastimosamente tuvo el mismo final.

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En el momento que Rhaenyra entrego la corona de su padre para salvar a Aegon supo que había perdido el rumbo de lo que fuese que fuera su vida en esos momentos. No pensaba en nada más, no pensaba en el trono, no pensaba en la corona, solo tenía una cosa en mente: no dejaría que Aegon muriera como lo habían hecho sus otros cuatro hijos. Tenía la posibilidad de salvarlo y eso es lo que haría.

Rhaenyra llevaba al pequeño Aegon de la mano, como si fuese su propia sombra y lo encaminada al embarcadero. Conseguirían a alguien que los llevará a Rocadragón y así estar a salvo. La tarea difícil era pasar desapercibida. Si bien los plebeyos probablemente no la conocían, si cabello platinado y sus ojos violetas al igual que los de Aegon la delatarían. Cuido que su capucha y la de su hijo no se movieran ni un centímetro mientras vagaban por ahí, si eso pasaba sus vidas estaban en total peligro.

-¡Mamá! -Aegon señaló un barco con un gran dragón dorado pintado a su costado, tenía velas negras y no le era posible divisar mucho más.

-Bien hecho, Aegie.

Rhaenyra apretó sus pequeñas mejillas sonrojadas y Aegon, entre tanto desastre se sintió tranquilo por una vez después de mucho. Su madre lograba aligerar su temor, al verla tan fuerte y sin miedos; él pequeño Aegon deseaba ser casi tan perfecto como su madre.

Rhaenyra lo colocó tras de ella, evitando que cualquiera que tuviera de frente pudiera verlo, quería que se centraran solo en ella, tal vez así lograba mantener a Aegon al margen.

Dragon's Blood I: Pureza de sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora