Capítulo 8: La estrategia.

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Ni bien ingresó a presidencia, Mario se percató que Armando no estaba en su oficina. Escuchó unos cuchicheos provenientes del hueco y no quiso interrumpir, pero la curiosidad fue superior, así que decidió tomar cartas en el asunto y resolver el enigma que lo venía consumiendo desde que vio cómo su amigo se llevaba muy abrazadita a la fea economista a la hora del almuerzo.

Caminó hasta el sillón de cuero, inspiró una gran bocanada de aire y eligió una frase sencilla, pero contundente, para atraer la atención de su hermano.

-¿Mi estimado presidente?- preguntó relamiéndose los labios, como adelantando el sabor de ese jugoso chisme al que pronto tendría acceso. Decidió esperar un momento hasta que su amigo se despidiera, seguramente, con un horrible beso de su nueva adquisición y se acomodó plácidamente en el asiento.

Segundos más tarde, escuchó unos pasos que se aproximaban desde la cueva a presidencia y vio salir a su amigo.

-¿Q'hubo Mario?- saludó Armando y cerró la puerta de la oficina de su asistente, para darle privacidad en su conversación con Nicolás. Ocupó su lugar, mientras inspeccionaba unos documentos que debía firmar. Tenía que fingir desinterés, como lo haría normalmente. Por nada del mundo Calderón podía sospechar lo maravilloso que había sido ese almuerzo para él.

-¡Pero qué buen humor trae hermano! ¿Puedo suponer que el almuerzo fue de los más satisfactorio?- Mario hablaba con ironía, tratando de burlarse del terror que, indudablemente, había pasado su amigo durante la comida. A pesar de ser demasiado observador, en su mente no existía una imagen donde Armando, su muy selectivo amigo, pudiese estar a gusto con tan horripilante mujer.

-No estuvo mal Calderón, es agradable platicar con una persona con cerebro de vez en cuando- respondió. Si bien quería mantener, para sí mismo, lo especial que había sido ese momento, decidió devolverle las atenciones. Primero para cambiar la jugada tan sucia de Mario y, segundo y más importante, porque era completamente cierto. Con ella mantenía conversaciones interesantes, no sentía la presión por tener que actuar como el Armando Mendoza que todos conocían: aquel empresario acaudalado que solo disfrutaba de las mujeres y las fiestas. Con Betty, podía mostrar lo que pocos (o nadie) conocía en realidad. Armando sonrió.

-Interesante- respondió sin darse por aludido, mientras se sentaba en la silla del escritorio, delante de un sonriente presidente.

-¿Qué es lo interesante?, ¿a ver?- Armando dejó lo que estaba haciendo para escuchar con atención la idea retorcida que, seguramente, pasaba por la cabeza de su amigo.

-Que ya no lo veo consternado por tener que llevar adelante el plan. Se encuentra extrañamente apacible y hasta tiene una especie de sonrisa torcida en la cara- continuó mofándose. En ese instante, Armando comprendió que era imposible burlar a su amigo del todo y, peor aún, traicionarse así mismo, cuando realmente fue el almuerzo más exquisito y tranquilo que había tenido en su vida.

-Es que vea Mario, tengo que hacer las cosas bien- se excusó, tratando de dar una respuesta que a Calderón le pareciera totalmente obvia. Luego bajó la voz y, mientras señalaba el hueco, continuó hablando- Escuché a Betty platicando con Nicolás- Intuyó que, tal vez, el desgraciado de su amigo, necesitaba un poco de su propia medicina para quitarle esa curva irónica de la cara.

-¿Ahora?- preguntó extrañado. Si el almuerzo había sido tan productivo como creía ¿a qué se debía la dichosa llamada?

-Hace un momento escuché que hablaba con alguien, entré a la oficina para preguntarle algo y colgó inmediatamente. Estoy seguro que era él- dijo Armando con aire misterioso y mostrándose consternado, aunque por dentro tratara de contener la risa.

Perdidos en la noche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora