Capítulo 25: Rogando que la canción no acabe

1K 104 479
                                    

Amanecía un nuevo día para Betty. El sol cálido ingresaba por la ventana de su habitación y rozaba los dedos de la muchacha, mientras elegía su atuendo para enfrentar la jornada.

No fue necesario que doña Julia la levantase, porque después de haber vivido ese idílico momento con Armando en el carro, e ingresar a su hogar con aquella prenda tan suya, tan de él, su sueño se había acortado.

El día miércoles había sido una jornada de mucho trabajo, apenas pudieron verse, pero aún el perfume de él permanecía fragante sobre su almohada. La noche del martes, y luego de festejar con el cuartel, había utilizado aquel saco como manto sagrado para abrigar su descanso.

Desde allí, habían pasado dos noches en que lo soñó cercano, viniendo hacia ella, siendo el protagonista de la pluma que le escribía aquellas últimas tarjetas que, con tanto decoro, guardaba en el cajón de su oficina.

Pudo verlo en su escritorio, tomando los trozo de papel, pensando en dedicarle cada línea, cada frase, las cuales salían desde lo más profundo de su corazón.

Lo soñó despierto, vestido, desnudo, rodeándo su pequeño cuerpo con un abrazo, abrigando la piel de sus labios con un beso caliente, tallando su rostro con aquellas caricias que parecían como torrentes de agua caer sobre boca.

Lo soñó enamorado, palpitante, tibio, apasionado, caliente...

Las horas de la noche también parecieron eternas para Armando.

El pesado frío del ambiente, contrastaba con el aire tibio, y otras tantas caliente, que se alojaba dentro de su pecho tan sólo de pensar en ella.

El recuerdo de las horas junto a Betty, mantenían encendida la esperanza.

Había sido tortuoso aquel miércoles casi sin poder sentirla, pero la ilusión de culminar prontamente el embargo, lo tenía emocionado.

No obstante y a pesar de todo, aquellos pequeños detalles donde podía descubrir sus ojos detrás de los documentos, el roce de los dedos al compartir alguna carpeta, la cercanía de su pelo cuando ella se inclinaba para señarle algún dato mientras él estaba sentado en el computador, hacían del trabajo una jornada maravillosa.

El jueves, los sorprendió en paz, en tranquilidad, en silencio...

Armando llegó temprano, como casi todos los días en las últimas semanas.

-Buenos días mi dotorcito. ¿Cómo amaneció?- le saludó cordialmente el portero.

-Bien Wilson, al menos amanecí. Pero vamos a lo importante. ¿Ya llegó Betty?- preguntó ansioso, mientras obviaba la porción del discurso que se refería a brindar datos sobre su vida privada.

-No, doctor, apenas son las 7.30. El horario de entrada es a las 8:00, como todos los días.- comentó el portero e hizo una señal reverencial.

-No le estoy preguntando por el horario de ingreso a la empresa, me lo sé de memoria. Soy el presidente, ¿recuerda?- Armando se puso furioso, más que por sentir la incompetencia de Wilson, porque necesitaba saber el paradero de Beatriz y el hombre dilataba en darle una respuesta.- ¿Acaso cree que son idio...- miró hacia la calle y no pudo continuar con la frase cuando la vio descender de la buseta. Una enorme sonrisa se le instaló, automáticamente, en la cara.

-¿Qué me decía, patrón?- preguntó Wilson entre tanto veía a la muchacha acercarse hacia ellos.

-¿Qué usted me decía qué?- preguntó distraído, sin quitar su vista de los ojos de Betty.

-No, era usted el que me estaba por decir algo.- aclaró el portero confundido. Aquella conversación parecía no tener ni pies ni cabeza.

-No sé de qué me estaba hablando, Wilson, ya lo olvidé. Hágame un favor y parquéeme el carro.- ordenó mientras sacaba las llaves de su bolsillo pero sin dejar de mirarla. Cualquier excusa era bien recibida para que lo dejaran a solas con Betty.

Perdidos en la noche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora