Caía la noche en aquella playa caribeña, dos siluetas sobre la arena, se habían convertido en una sola. La luz de la luna bañaba las costas, siendo la única protagonista del fuego que habían desatado aquellos besos bajo las estrellas. El polvo cósmico vertía su eco tibio, rememorando el camino en la piel de Betty, quien ahora tenía una mirada bordada por el deseo. Se levantó cuidadosamente, le ofreció su mano para anclarla con la suya y dirigirse hacia el interior de la casa.
Cuando Armando propuso entrar a la cabaña, cuando se levantaron y ella tomó la cartera que reposaba sobre la arena, unos movimientos nerviosos, dieron lugar a que él se diera cuenta que Betty aún le temía a la intimidad. Él sabía que ella había sido presa del desasosiego, de la pena, que con palabras engañosas, le habían ofrecido los pétalos de una rosa , para después clavarle las espinas por la espalda.
La amaba, claro que la amaba y deseaba envolverla con sus llamas de fuego y de deseo, aliviar con el calor de su cuerpo cada rastro de lágrima que de sus ojos brotaron, venerar su silueta bordando caricias tiernas y apasionadas, unirla a él entre medio de promesas de amor que, ahora, sabía que sólo a ella podría ofrecer.
Levantó despacio la manta de la arena y, envueltos en un cálido abrazo, entraron a la cabaña. Armando jamás se había sentido tan nervioso e inexperto a la vez, medía cada movimiento, temiendo incomodarla, a pesar de que Betty se había entregado a sus besos, entendía que debía ser cuidadoso con ella. Estaba tocando cada fibra íntima de aquella mujer y no quería dañar ninguno de sus hilos.
El calor del interior los envolvió, contrastando con la frescura del aire nocturno. Armando cerró la puerta detrás de ellos, y por un momento, ambos se quedaron en silencio. Aunque él se moría por llevarla a su habitación, decidió que era mejor darle tiempo para que asimilara todo lo que acababa de pasar, antes de avanzar. Era algo que tenía claro desde aquella mañana de lunes, cuando escribió su primera tarjeta. Sabía que con ella no cometería los errores del pasado, quería hacer las cosas bien, como correspondía a la nueva versión de hombre que ella le inspiraba a ser cada día. Ahora, no necesitaba ser el tigre bogotano, ni nada de esas ideas sexuales que las mujeres que lo rodeaban, pretendían. Supo, desde el momento en que reconoció que estaba enamorado de ella, que si aceptaba su amor y le correspondía, no se la llevaría al siguiente instante a la cama. Betty no era para eso, ella era mucho más que llevar sus sentimientos a la intimidad. Sin embargo, su cuerpo había reaccionado a ella, a toda ella que se estremeció entre sus brazos mientras él la recorría a punto de besos y caricias que explotaron en su femenino cuerpo. Dudó por un momento, cuando la escuchó gemir suavemente en su boca y sabía que correspondía a aquella urgencia que él también había sentido. Pero sus movimientos y sus expresiones mientras buscaba con dificultad la cartera que yacía a un costado, lo volvió a la realidad. ¿De qué servía hacerle el amor, si no cultivaba el recuerdo del momento como una flor en el bosque que primero sale del capullo para luego dar su fruto y verter, así, la mejor de sus mieles? Necesitaba tiempo, tiempo para cuidar, dedicar y encender aquella llama que había visto entre los besos de Betty, una llama demasiado apasionada como para ser descubierta en una sola noche. Debía crear recuerdos, recuerdos significativos y muy intensos, para escalar esa montaña de a poco hasta llegar a su cúspide.
Miles de ideas surcaron por su mente, y sonrió perverso para sí mismo con todo lo que podía llegar a hacer para que Betty se sintiera deseada, amada, excitada, a tal punto que, dejando la timidez a un lado, timidez que le encantaba por cierto, pudiera hacer vibrar a la mujer de fuego que sabía se hallaba dentro de ella. Pero si bien pudo reprimir la expresión de tigre, su cuerpo volvía a reaccionar pidiéndole saciar su deseo, de sólo imaginar cómo sería su cuerpo desnudo y entregado a él.
Armando trató de concentrarse en otra cosa, necesitaba despejar de su mente de las imágenes de esos benditos lunares que ahora volvían a azotarlo y que sólo pudo admirar con caricias. Si tan sólo Dios se apiadara de él y escuchara su lamento tortuoso, para rescatarlo de aquella condena que se extendía por su cuerpo a cada segundo que pasaba. Fue así que, sin quererlo, sus ojos se toparon con un florero vacío que reposaba en la mesa del centro.
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Perdidos en la noche.
FanfictionLuego de que Mario Calderón convence a Armando Mendoza de que la única forma de mantener asegurada la empresa es enamorando a Beatriz, deciden llevar a cabo el plan. Sin embargo, no todo sucederá como espera. Una sorpresa, los llevará a transitar u...