Capítulo 9: A escondidas.

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Freud se hubiera sentido orgulloso de su propia teoría, si tan sólo hubiese visto a Betty y Armando, escabullirse tras las puertas de presidencia, en una especie de juego de "fort- da"

El hilo invisible que creaban, mientras apresuraban sus pasos hacia el elevador, era como el carretel de aquella niña que Freud observó alguna vez hace tantos años, el que se ponía en acción cuando la madre de la pequeña no estaba en casa. Esa ejecución, la de arrojar el objeto que se iba de su vista (fort) y que luego volvía cuando ella tiraba del hilo (da), le daban la calma de que su progenitora no dejaría de existir por más que no estuviese presente.

Betty y Armando se habían apropiado de ese juego. Aquel que, a través del tiempo, comenzaron a reglar los niños y que se transformó en algo tan conocido como lo es "el cuco o la escondida", ocultándose tras las cortinas, paredes y objetos. Apareciendo y desapareciendo, una y otra vez.

Así se sentían, jugando "al escondite" con Marcela. Ocultando su relación ficticia y apareciendo, al fin, para continuar con sus vidas. Pero no sin antes, jugarle una broma al status quo. Uno que se empecinada en ubicarlos sobre coordenadas diferentes, pero que el destino volvía a emparejar como viento a las hojas.


Cuando llegaron al parqueadero de Ecomoda, se sintieron a salvo.

El estacionamiento les resultó, en ese momento, como una especie de cortinado detrás del cual ocultarse.

Sin perder tiempo, se montaron en el carro y desaparecieron por las calles de Bogotá.


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Las luces ardían aquella noche, como farolas encendidas en tiempos antiguos.

Las estrellas, en el fondo, adornaban las montañas cual manto sagrado.

Una especie de bruma cubría las cúspides, igual que la espuma reviste las olas sobre la playa.

Mientras tanto un carro, que desde aquella perspectiva parecía apenas un diminuto punto en el globo terráqueo, se movía por entre medio del tumulto.

El bullicio, iba quedando a lo lejos en el espejo retrovisor del auto, y es que se habían alejado bastante de la zona industrial.


-Doctor- interrumpió ella pensativa- disculpe que lo moleste, pero por aquí no es mi casa.

-Lo sé, Betty, es que el plan no era precisamente ese.- respondió certero el conductor.

-¿Y cuál es, entonces?- volvió a preguntar intrigada- Si puedo saberlo digo, porque, evidentemente, soy la copiloto en este escape, jojojojo.

-Jajajajaja, Betty. Usted siempre con esa agilidad mental para describir los momentos difíciles.- dijo mientras sonreía embobado, pero sin quitar la vista del frente.- Bueno, vea, va a matarme cuando le diga que no lo sé porque no hay plan en sí, sólo conducir por las calles. Después de semejante hazaña, creo que nos merecemos un paseo por la ciudad. ¿No le parece?- propuso con comodidad- O, si prefiere, la dejo igual en su casa.

Perdidos en la noche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora