SENSACIÓN EXTRAÑA

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Pasaron unas cuantas horas y este hombre no dio señales de vida. Ya ni siquiera escuchaba sus pasos. ¿Habrá salido a alguna parte? Es una posibilidad bastante grande teniendo en cuenta que tiene a un rehén en su casa y no es plan quedarse conmigo.
Pero ¿Quién saldría con la lluvia que está cayendo? Solo él seguramente.

Me empezaba a aburrir y si yo sufro, él también lo sufrirá. Oh... ya lo creo que sufrirá. Se arrepentirá de tenerme aquí retenida.

Me levanté y agarré la bandeja de la cena de la noche anterior ya que él no se había molestado en recogerla. Así que la tomé y empecé a pasarla de un lado a otro por los barrotes, provocando un escandaloso ruido que hacía eco con la acústica de este lúgubre pasillo. Viendo que no venía, seguí haciendo ruido. En algún momento él se cansará y tendrá que venir. Podían pasar tres cosas: uno. Que me mate finalmente, acabando con mi miseria—cosa que no me parece tan mal— y que él se libre de mí. Dos. En el peor de los casos; me torturará aún dejándome viva para que sufra. O tres. En el mejor de los casos que sería prácticamente improbable; me dejaría libre para deshacerse de mí y yo poder volver a... ¿Adónde? Al palacio ni de coña.

Mientras pensaba en los métodos de tortura que él podía tener porque lo más probable era la segunda opción... Al fin se escuchó la puerta.

«Hablando del rey de Roma, que por la puerta asoma—nunca mejor dicho—.»

Llegó hasta mi celda. Entró y me quitó bruscamente la bandeja, para luego salir.

—¡Hey! ¡Devuélvemela!

—¿Para qué? ¿Para que me sigas taladrando los oídos con tus tonterías?

—Probablemente—me encojo de hombros—. Si yo sufro, tú también.

—Oh, sí. Tenía un gran sufrimiento escuchando la puta bandeja sobre los barrotes sonar por toda la casa.

—Ja... Ja... Qué gracioso es mi secuestrador—le doi la espalda.

—¿Qué quieres?

Vale. Eso me sorprendió.

—Muchas cosas.

—Sabes a qué me refiero.

—No. No lo sé—me encojo de hombros.

—Agh. Qué pesada es mi rehén.

—Si me soltases ya no sería tu problema.

—Dios...—aprieta los dientes y pasa su mano por su frente.

—¿Eso es un... sí?

—Eso es que si sigues así, no tendré más remedio que atarte las manos también.

—¡Adelante! Siéntete libre ya que estamos aquí—me burlo.

Su mandíbula se tensa y me empiezo a acojonar. No me atará aún más... ¿verdad?

—Me sorprende que te tomes esto con tanta gracia—desvía la mirada y pasa la mano por su pelo.

—Error. No es gracia. Es irritarte como consecuencia de tenerme aquí.

—Y ¿Crees que es buena idea irritar a una persona capaz de matarte al instante?

—¿Cuántas veces te he dicho ya que la muerte no me supone un problema?—Enarco una ceja y me cruzo de brazos—. Ya te dije que amenazarme con matarme no es algo muy efectivo.

—Dijo la mujer menos suicida del planeta.

Negué lentamente con la cabeza. Estaba desesperada. Me llevé los dedos al puente de la nariz y lo apreté ligeramente. Aunque tenía razón. Estaba bastante relajada para lo que un preso suele estar de abrumado en un secuestro. Pero de algún modo él no me transmite tanto... miedo. Después de todo no me ha tratado tan mal, me llevó al baño y me trajo buena comida, cosa que creo que un secuestrador normal no haría.

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