PRINCESA AL DESCUBIERTO

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Belia

En los últimos días, veo que este hombre sale demasiado. No lo conozco, no sé qué hace en su tiempo libre, pero ahora escucho el relincho de su caballo cada dos por tres. En otras palabras: sale mucho.

¿Adónde irá tanto? ¿Qué estará haciendo afuera que sea taaan importante? Ni me atrevo a preguntar viendo cómo acabó la última vez que le pregunté por su nombre y su cicatriz, que las únicas respuestas que obtuve fueron: Nadie y Mejor te lo cuento otro día. ¡AGH! Qué odioso es.

Y hablando del rey de Roma que por la puerta asoma, se escuchó el relincho de su caballo. ¿Otra vez se va? ¿Por qué sale tanto? Estas preguntas me están consumiendo por dentro. Es decir, las primeras semanas que estuve aquí, él no salía. Jamás escuché el relincho de su caballo—que ni sabía que tenía—, escuchaba cada dos por tres sus pasos por la casa, me visitaba más... Ahora con suerte lo veo una o como mucho dos veces al día. ¿Qué habrá tan interesante ahí afuera?

No me malinterpreten, no es que quiera pasar tiempo con él ni nada parecido. Solo me parece curioso que de repente salga tanto y por tantísimo tiempo.

Llegó la noche, y el magnífico y estridente sonido de su caballo dio a entender que volvió de donde sea que estuviera. Lo vi—más o menos— por la ventana ir con su caballo hasta la parte de atrás... Y desapareció.

«Necesito que venga.»

Tenía que conseguir sonsacarle dónde estaba porque me estaba poniendo de los nervios. Chillé de nuevo y esta vez tardó mucho más de lo que esperaba, pero finalmente apareció. Llegó con las manos en los bolsillos con un aire despreocupado aunque algo molesto.

—¿Por qué tardaste tanto en venir? ¡Podría pasarme algo!

—Sí, claro, como la otra vez.

«Maldito.»

A la mierda. Seré directa. Con este hombre los rodeos no sirven para nada.

—Oye... ¿Por qué te vas tanto?

—Oh, no me digas que me echas de menos. ¿Padeces del síndrome de Estocolmo?—se burló.

Bufé.

—Ya quisieras—rodeé los ojos—. Solo me parece muy interesante que después de todas las semanas que llevo aquí... De repente ahora sales todos los días muchas horas fuera... ¿Qué te traes entre manos, Nadie?—me crucé de brazos.

—No es asunto tuyo.

—¿Qué más te da decírmelo? ¡Ya te dije que aunque quisiera no podría contárselo a nadie!

Él se pasó la mano por el pelo y desvió la mirada.

Silencio, cómo no.

—¿Sabes? Si me dejas sola, podrían venir a por mí—intenté provocarlo.

—¿Por qué sería una amenaza si precisamente quieres irte?—Enarca una ceja.

«Mierda, me pilló.»

—Igualmente me encontrarán.

—Oh, ¿De veras? ¿Crees que te encontrarían aquí?

—Pues sí. De hecho el príncipe Liam me está buscando—mentí descaradamente, aunque conociendo a Liam...

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