«Nadie»
—Listo—recogí la venda sucia y me levanté.
Terminé de vendarle OTRA VEZ el maldito brazo. Es tan pequeña y frágil que se rompe cada dos por tres. Hubiera sido mejor atarla a una camilla. Pero paso tener que darle yo de comer, ya es bastante que la tengo que llevar al baño.
Me levanté y ella, se giró, dándome la espalda y cruzó sus brazos.
«Encima de que te ayudo, aún te atreves a enfadarte conmigo.»
Yo no pienso entrar en su juego de niña pequeña y salí de la celda.
Hacía un par de días—desde que me preguntó por mi cicatriz— que no hablaba. ¿Era mejor? Sí. Mis oídos al fin podían estar tranquilos, pero es extraño porque echo un poco de menos sus comentarios sarcásticos-humorísticos. Hacía años que no escuchaba a alguien hacer comentarios así, no desde... Olvídalo.
Lo peor de todo fue cuando la encontré...
1 mes atrás...
«Mierda. Necesito ir a por agua al río.»
A regañadientes, me puse mi capucha junto con mis guantes y salí de casa. Me dirigí hacia la parte trasera donde se encontraba mi querido caballo Marxh. Era de color negro azabache. Lo encontré cuando era un potro hace unos años, estaba en tirado en el bosque, lastimado. Tenía una flecha clavada en la pata, y no una flecha cualquiera al parecer. Las flechas de palacio llevaban un toque más fino y unos grabados en la punta para destacar. «Estúpidos y asquerosos reyes, ¿Por qué lastimaron a este pobre e indefenso potro?»
Así que lo traje como pude a mi casa para curarlo. En las semanas siguientes que pasé revisándole la herida encargándome de sus cuidados, acabé encariñándome con él y al final me lo quedé. No iba a arriesgar a que los de la corte de nuevo lo lastimen.
Marxh es un gran caballo—en ambos sentidos—. Me ayuda a viajar y me hace compañía. Es sencillamente perfecto.
Esa mañana salí con Marxh hacia el río y al llegar vi a una chica tirada en el suelo, junto al río.
—Pero,¿Qué...?—musité—. Espera Marxh.
Me bajé y dejé a Marxh a un lado. Me acerqué lentamente hacia la chica. Tenía una larga melena color avellana suelta y un camisón blanco. Cuanto más me acerqué, vi que tenía clavada en la pierna una flecha también del palacio.
«Joder, ¿Por qué siempre me encuentro a alguien con una flecha de palacio en la pierna?»
Es curioso que la encontrase tal y como encontré a Marxh.
¿Estará inconsciente?
De pronto se escucharon unos gritos:
—¡Atrapadla, que no escape!
La miré de nuevo y enarqué una ceja.
«¿Qué habrá hecho para estar así?»
De igual modo. Me cabreaba ver esa flecha de palacio. Me recuerda a...
—¡Atrapadla!
Mi cuerpo actuó antes que mi mente y me apresuré a recogerla. La tomé en brazos, ella parecía estar ya inconsciente. Salí corriendo y me oculté entre algunos árboles—tengo un don para ocultarme, en especial en la oscuridad—. Cuando creí que todo ya había pasado, me acerqué a Marxh y tumbé encima a la chica.
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Mi mayor debilidad
Novela Juvenil¿Un príncipe encantador o un villano sin escrúpulos pero dispuesto a lo que sea por mí? No sé cómo ni cuándo llegué a esto... Soy una princesa, y aunque odie serlo, mi destino final es casarme con el príncipe de Laslorv, pero... ¿Quién quiere segui...