LA VERDADERA BELIA

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[...]

Los rayos de Sol dieron directos en mi cara y me desperté al instante. Miré a mi alrededor.

—Solo fue un sueño...—musité.

Se sintió tan real que incluso llegué a pensar que tenía diez años de nuevo. De hecho, podía sentir el dolor en la cara porque Zack me lanzó directamente el puñado de barro. Interesante ¿eh? En fin. Menudo giro dramático dio mi vida entonces.

Me levanté y peiné como pude mi cabello con mis dedos. Fue entonces que me di cuenta que empezaba a oler mal. El sudor de mi piel por haber corrido, mancharme con la tierra por caer por la colina y estar en esta celda sin poder ducharme... Apestaba. Estaba hecha mierda. ¿Me dejará ducharme este hombre? Quiero decir, me deja usar su baño con tal de no usar una cubeta o las otras dos opciones que me ofreció—que espero que fuera en coña—. Además necesitaba hidratar un poco mi piel porque mi tobillo reseco, al rozar la cadena me empezaba a escocer y no era plan de tener más heridas, ya no tenía más que suficiente con el flechazo de la pierna y los puntos del brazo—que por cierto, ya no me dolían en absoluto—.

Pensando en lo anterior, ahora me apetece una guerra de barro. Creo que fue de las pocas cosas más divertidas que hice en mi vida. Sonaré como una cría, pero realmente quería probar de nuevo esa adrenalina y emoción de jugar a esconderme y esa guerrilla... Seguro que si Zack estuviera, bastaría con que yo le lanzase primero una trozo de barro para empezar una guerra. No importa la edad, estoy segura de ello.

El sonido de la puerta abrirse me sacó de mis recuerdos tan nostálgicos, pero aún así no me digné a mirarlo. Seguí mirando al techo. Escuché sus pasos cada vez más cerca...

—¿Qué haces mirando al techo? ¿En qué piensas?

—Pienso en lo miserable que es mi vida y que quiero volver a tener diez años—digo encogida en el suelo, con la rodillas recogidas y mirando al techo.

—Claro, lo más normal—suspiró.

—¿Qué haces aquí? No me digas ahora que te gusto y me echas de menos—me burlo.

—Ja... Ja... Qué graciosa es mi rehén.

Niego con la cabeza, divertida.

—Ya, ¿Qué haces aquí?

—Ahora, llevarte a la ducha. Apestas.

Lo sabía. Sentí una vergüenza tremenda al oírlo.

—Gracias. Jamás me hicieron un cumplido tan bello—le miro de reojo.

Mi mirada llena de ira no le detiene y entra para quitarme la cadena. Cómo siempre, él es más rápido y no me da tiempo a correr. Aunque ambos sabemos que si echo a correr, no tardaría ni dos segundos en atraparme.

«Qué triste.»

Me agarra del brazo. Y me lleva corriendo al baño. Me da un leve empujón adentrándome en la ducha.

—¿Cómo sé que no eres un pervertido y me espiarás mientras me ducho?—Enarco una ceja.

—Créeme, tu cuerpo no me interesa en absoluto—rodea los ojos.

Vale. Me alivia que no sea un pervertido. Pero igual me ofende su comentario, ¡¿Cómo que no le intereso?! A ver, no soy una engreída, pero no creo que tenga un mal cuerpo.

Mi mayor debilidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora