CAPÍTULO 2

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Ya se estaba acercando la hora de salida de mi escuela y yo seguía acá, perdida.

Seguí caminando y caminando... y caminando... hasta encontrarme con un grupo de chicos.

Todos me miraban como si fuera una presa fácil. Cosa que me paralizó la mente y mantuve la mirada en el suelo sin darles mucha bola. Muchos de ellos fumaban algo que puedo jurar que no olía a los Marlboro de mi papá.

Uno se da la vuelta mirándome mientras paso por al lado suyo y simula olfatearme como un perro, yo solo me alejo y acelero el paso.

—Un olor a plata tene' vos. —Dice en voz alta y lo ignoro.

¿Cuál es la necesidad de hablar sin la s? Me da bronca.

—Deja a la pibita en paz. —Escucho que hablan detrás de mí, pero no me animo a darme la vuelta y sigo en lo mío para salir lo más rápido que puedo de ahí.

Los pierdo de vista y empiezo a reconocer un poco las calles. Aunque todavía sigo desorientada. Veo al señor del bar caminando en dirección opuesta.

Abro los ojos contenta.

—¡Señor! —Levanto la mano saludándolo y me ve.

—¿Vos? ¿Seguís acá? —Pone sus puños a los costados de su cadera.

—Si ¿puede ayudarme a salir? —Junto las manos, rogándole.

—Seguí derecho por acá y está la estación a dos cuadras costeando el barrio. —Me señala con la mano el lugar y yo lo memorizo.

—Gracias señor. —Sonrío feliz por encontrar la salida del lugar.

—Chau y espero no volverte a ver por acá, nena. —Saluda con la mano.

Me alejo y me voy acercando a la estación.

—En tu cara viejo, que decías que no iba a salir... acá estoy. —Susurró haciendo un gesto de victoria.

Será que la gente exageraba o yo tuve la suerte de principiante.

Va, para mí primer día visitando este lugar ya ver un muerto... no es nada agradable.

Por suerte estaba tapado el cuerpo y no logré ver nada. Recordando la pregunta que escuché del amigo de Carlitos... creo que preferiría un tiro en la cabeza... sería menos sufrimiento, hubiera querido saber qué contestaron ellos, pero en el momento estuve un poco paralizada.

Llego a la puerta de la estación y me subo al tren. Saludo al barrio como si pudiera escucharme.

Mi primera vez ahí y no me hicieron nada, vestida con uniforme y todo, no me pasó nada. Es un milagro seguramente.

Gracias a dios estoy bien.

Me bajo en mi ciudad y empiezo a caminar hasta mi escuela, no entre lógicamente, porque estaba cerrado, así que me quedé sentada en la puerta.

Se escuchó el timbre y me camuflé entre los demás.

—Hola pa. —Salude. Me senté en el asiento trasero.

—Hola nena. —Me mira desde el espejo y yo le sonrío.

—¿Cómo te fue? —Miro a la ventana cuando empezamos a avanzar.

—Bien, como siempre, que se yo. —Me encogí de hombros.

—¿Qué tenés en la mano? —Pregunta sin siquiera mirarme.

—Un periódico. —Respondí ¿no es obvio?

—Ah... Contame de paso qué tiene, me olvide de agarrar uno antes.

𝐕𝐞𝐧𝐞𝐧𝐨: 𝐃𝐚𝐧𝐢𝐥𝐨 𝐒𝐚́𝐧𝐜𝐡𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora