ESPECIAL 50K LECTURAS: Luna de miel.

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Luna de miel.

Doblé mi ropa y dejé todas nuestras pertenencias en el ropero. Planché con mis manos unas pequeñas arrugas que tenía mi vestido blanco.

Llegué a la cocina y saqué los ingredientes de la heladera para hacer galletitas.

—¿Estás cocinando? —Una voz atrás mío me hizo pegar un salto.

—¡Ay, boludo! Avisá que vas a venir, estaba todo en silencio y me hiciste asustar. —Me puse una mano en el corazón y él puso una cara de perrito mojado.

—Perdón, no te quise asustar. —Intentó esconder una sonrisa.

—Mentiroso. —Chasqueé la lengua y seguí con lo mío.

—¿Galletitas? ¿Magdalenas? ¿Torta? ¿Qué vas a hacer? —Se apoyó en su brazo mirándome.

—Ninguna de esas. —Agregué un poco de harina al pote que estaba usando.

—¿Entonces qué? —Levanta el mentón.

—Sorpresa. —Me encogí de hombros y sonreí.

—Ah bue... —Puso los ojos en blanco y miró para otro lado.

Solté una risa nasal.

—Es re lindo este lugar, quisiera quedarme acá para siempre. —Suspiró.

Miré a mi alrededor. Las paredes llenas de ventanales que llegaban hasta el techo, dejándonos ver la playa de Miami mientras el sol se estaba poniendo.

—Si es re lindo, podemos tener una casa acá ¿Qué decís? —Me doy la vuelta para verlo y él tenía el paquete de harina en su mano echando harina a lo loco —. ¿¡Qué haces!?

Le arrebato el paquete y él empieza a reír.

—Es un poquito de harina ¿qué tiene? —Se encoge de hombros, mira su mano y después a mí. Sus dedos viajan tan rápido para embarrar mi cara de harina.

—¡Te voy a matar, Danilo! —Grité. Metí mi mano en el paquete de harina cuando él empezó a correr.

—¡Perdón, perdón! —Trataba de hablar entre risas, saltando por encima del sillón, llevándose puesta una silla.

Eso hizo que yo también comience a reírme como una desquiciada.

Mi intento de perseguirlo fue en vano, él iba muy adelante y yo ya estaba cansada.

—Para, para, me cansé. —Me apoyé sobre la pared y puse una mano en mi estómago, hiperventilando.

Escuche sus pisadas acercándose más hacia mí y me tocó fingir.

—Me duele acá, la panza. —Señalé mi abdomen.

—¿Queres sentarte? —Él se acercaba con las manos levantadas todavía.

—No te voy a hacer nada, Dani, me duele en serio. —Suspiré.

—Bueno, te llevo al sillón. —Puso sus manos en mi cintura y yo preparé mi mano para insertarle toda la harina. En un movimiento extremadamente rápido, se agachó para agarrarme de las piernas y colgarme de su hombro.

—¡Danilo! —Escupí entre risas.

—Te conozco hace once años, sé cuándo estás fingiendo, boluda. —Respondió dándome unas palmadas en el muslo.

—Te odio. —Mascullé.

—¿Y por eso te casaste conmigo? —Sentí como una sonrisa se instalaba en sus labios.

—Bajame. —Ordené.

—¿Y si no quiero? —Por su tono de voz pude detectar que efectivamente está sonriendo.

𝐕𝐞𝐧𝐞𝐧𝐨: 𝐃𝐚𝐧𝐢𝐥𝐨 𝐒𝐚́𝐧𝐜𝐡𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora