Dime qué hay que ganar cuando ya está todo perdido.
Cuando nuestros corazones se han tirado al vacío,
sin paracaídas,
sin ánimo de supervivencia.
La guerra de desgaste es lo único que nos queda:
tú atacas,
yo me defiendo,
te la devuelvo.
Y me preguntas si me voy a rendir, si voy a seguir dándolo todo por ti mientras tú lo que haces
es
matarme.
Poco a poco.
Nuestro problema es que tenemos más pasado que futuro,
más miedo que huevos,
más odio que amor.
Nuestro problema es que ya no queda nada y queremos conseguirlo todo.
Reconstruir un edificio que está en ruinas,
cuyos pilares están rotos,
cuyos corazones laten por otros.
Y esto es lo que pasará:
Tu te irás,
con la cabeza bien alta,
con la sonrisa intacta.
Y yo me quedaré
(como siempre)
esperando,
esperándote,
porque dicen que nunca hay que rendirse,
y yo no me rindo. Yo lucho.
Por lo que quiero.
Por lo que es mío.
Y después de todo te comerás bocas de hipócritas,
mentirosas que te prometerán el mundo entero entre sus piernas.
Bocas que hablan más que besan,
bocas que son otras y no la mía.
Y yo
amor
nunca te prometí el mundo entero
porque mis intenciones eran llevarte al cielo.
Y ahí me he quedado, en las nubes.
Esperando.
Esperándote.