CAPITULO TREINTA Y OCHO

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— ¿Te sientes bien? — Kinn dejó la taza de café a medio tomar sobre la mesa que tenía en su habitación. Tomó la de Porsche e hizo lo mismo.

— Creo que solo estoy cansado
— respondió yendo hacia la cama y tumbandose sobre ella — mi cuerpo ha sanado muy bien, pero aún no recuperó todas las fuerzas. Hay días en los que simplemente no me levantaría de la cama.

— Debes alimentarte mejor. Hacer algo de ejercicio — Kinn se acercó a Porsche y se recostó junto a él. Lo atrajo hacia su cuerpo y lo abrazó — yo voy a cuidarte bonito. Lo prometo.

— Ahora solo quiero dormír — respiró hondo y se aferró a Kinn. Desde que supo que nunca debió temer por el pasado y que ninguno de los hermanos Sumettikul le harían daño, él solo no quiso volver a separarse de Kinn.

— Bien. Pero solo una hora — dijo — te llamaré para ir a caminar y luego te llevaré a almorzar al nuevo restaurante.

— Me parece una maravillosa idea
— aseguró Porsche.

Kinn se inclinó y lo besó despacio. Aquello se sintió muy bien para Porsche quien le devolvió el beso profundizando y saboreando a Kinn en su boca.

Porsche se enderezó y se colocó a horcajadas sobre él.

De pronto ya no estaba tan cansado.

— ¿Cómo pude tratar de convencerme de que podía vivir sin esto? — dijo Porsche dejando de besar a kinn un instante para hablar. En ese mismo momento se balanceo sobre él logrando tumbarlo hacía atrás en el colchón.

  Se echaron a reír, pero eso no impidió que Kinn lo sujetara de los pantalones y se los quitará. Luego la molesta camiseta de mangas largas estaba fuera también.

  Porsche por un momento dudó y sintió vergüenza de su cuerpo debido a las cicatrices que aún tenía y que de seguro nunca desaparecerían del todo.

  Kinn noto esto, por lo que tomó a Porsche de la cintura y lo giró dejándolo sobre su espalda y se puso a él mismo a un costado para no apretarlo.

— No. No hagas eso — pidió Kinn con la voz quebrada — no te escondas de mí. No tienes que avergonzarte por tus cicatrices. Viviste una pesadilla y saliste con vida. Son heridas de guerra. No estás solo. Déjame ayudarte. Si tienes miedo, aferrarte a mi. Si sientes que no puedes más yo seré tu sustento para que recargues y si no puedes te cargaré. Porque, Porsche. Te amó. Te amo como nunca he amado a nadie.

— Kinn — murmuró Porsche. Sus ojos llenos de lágrimas — No te merezco. Pero voy a ser egoísta y a tomar lo que me ofreces, porque sin ti, no hubiera conocido la felicidad...También te amo, Kinn. No voy a dejar ir. Nunca.

— Me parece perfecto bebé — respondió
— tus días bajo la lluvia han terminado, ahora solo habrán días de sol.

— Joder. Dices las cosas más cursis amor.
Me encanta.

— Pasaremos los días haciendo el amor. Empezando ahora.

Kinn bajó hacia la ingle de Porsche, dió una pequeña sonrisa y a continuación metió la perfecta erección en su boca mientras que comenzó a estimularlo con una mano.

Porsche echó la cabeza hacia atrás y se cubrió los ojos con un brazo al tiempo que gemía. Con la otra mano tomó el cabello de kinn y lo guío para que se moviera más rápido.

  De pronto no era suficiente. Porsche quería más. Lo quería dentro de él. No porque no disfrutará de los preliminares, pero ahora lo quería sentir.

Kinn sabía lo que Porsche necesitaba por lo que se hizo cargo. Agarró  un preservativo, se lo colocó y antes de que Porsche pudiera decir algo, lo penetró. Con suavidad al principio ya que no lo había preparado. Solo un poco de gel sobre su miembro cubierto por el condón y nada más.

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