9. wildest dreams

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Habían pocas cosas que lograban perturbarlo. Solía ser un tipo práctico por lo que sus relaciones también lo eran, y jamás permitía que una interfiriera con su vida diaria.

Le gustaba divertirse con sus amigos, claro, le gustaba reírse entre tomas, pelotudear un rato, pero a la hora de la hora estaba concentrado en lo que tenía que hacer.

Menos ese día, que después de plantearse nuevamente la posibilidad de que le gustara Magnolia y que esta vez la respuesta fuera un "sí", no podía parar de pensar en ello.

— ¡Pardella!— gritó Jota, un poco enojado

Agustín se levantó de donde estaba y fue hacia el director.

— Agustín, te estoy llamando hace cinco minutos, ¿qué te pasa hoy?

"Magnolia me pasa", pensó.

Sin embargo, solo se puso a disposición del director para la escena que tenía que grabar, y rogó poder concentrarse en lo que debía hacer.

Las escenas pasaban, y lograba terminarlas bien, pero haciendo un esfuerzo mental inhumano. La gente no debería sufrir tanto por amor, sobretodo cuando a todo el mundo le parece que la solución es tan simple, menos a ti.

Durante los momentos en que no tenía escenas miraba a aquella chica, dueña de sus pensamientos, corriendo de un lado para otro retocando maquillajes. Era un día intenso en sí, Jota estaba muy empeñado en que las escenas que tocaban esa jornada salieran excepcionalmente bien. Eso significaba que exigía mas de todos.

El día de trabajo había terminado, finalmente eran libres. Todos aprovecharon de ir a cenar, aunque debido al régimen alimenticio que tenían para bajar de peso, no fuera una cena tan gratificante como la que quisieran.

— Lía, vení a comer con nosotros.— pidió Juani
— No, gracias.— dijo riendo— Voy a mi cuarto a cenar, no les voy a obligar a verme comer algo decente mientras ustedes comen ensaladas.

Paula y Juani hicieron un gesto dramático.

— Basta, deberías sufrir como nosotros.— dijo Pau.
— ¿Y para qué, si yo no aparezco en la cámara?
— Por sororidad, boluda— dijo Juani
— Juani, eres hombre.
— Da lo mismo.
— Así no funciona el concepto.

El rubio la contemplaba a lo lejos mientras se reía y discutía con sus amigos, que también eran los suyos.

— Che, ¿venís?— preguntó Matías.

Dio una mirada hacia atrás, donde estaba la chica.

— Sí, voy.

Ceno entre risas con sus compañeros, se permitió relajarse. Pero, en cuanto todos se empezaron a ir a sus habitaciones, decidió desviarse hacia otra que no era la suya.

— ¿A dónde vas?— cuestionó Enzo
— Tengo que hablar algo con Lía, ya voy a la pieza.

El uruguayo sintió su estómago dar un vuelco, pero decidió no interferir en el asunto. Sabía que a Lía le gustaba mucho Agustín, y aunque hubiera compartido un par de momentos muy dulces con ella, no se sentía en posición de decirle al hombre que tenía en frente "dejala en paz".

— Bueno, suerte.

Por primera vez en unos días, Agustín le sonrió a Enzo.

Lía se encontraba en su habitación, ya había comido, se había bañado, secado el pelo y puesto su pijama de polar más abrigado que tenía... bueno, casi todo el pijama.

— ¿Dónde cresta dejé la parte de arriba?— se cuestionó en voz alta.

Unos golpecitos en la puerta la hicieron dar un respingo.

— Ya voy.— dijo en un tono fuerte, para que la persona al otro lado escuchara.

Miró a todos lados y lo único que encontró fue su musculosa blanca que si bien no era corta, estaba un poco pegada a su cuerpo. Sin pensarlo mucho se la puso y abrió la puerta.

Miró sorprendida a Agustín cuando al abrir la puerta se reveló ante ella.

— ¿Agus?
— Tengo que decirte la verdad.

La chica lo miró confundida.

— ¿La verdad?
— Tenemos que hablar.

Para Lía no tenía mucho sentido seguir hablando, pero decidió dejar pasar al chico y escuchar lo que el tenía para decir.

— Bueno, te escucho.

Agustín se empezó a poner nervioso, otra vez. Se sentía pésimo porque aquella musculosa se le veía tan bien a la chica, y no podía dejar de admirarla.

— Eh...
— Podrías empezar por dejar de mirarme las tetas.— dijo ella, divertida.
— ¿Qué?, no yo, perdón, no era mi...— ella lo interrumpió.
— No te preocupes, se que está polera me queda bien, no me ofendo.— admitió.

El sonrió ante la confianza de la chica. Aunque sabía que la mayoría de veces que se halagaba a sí misma lo hacía más como una afirmación que como algo que ella creyera en realidad de sí misma.

— Bueno, yo se que me he portado mal.— dijo, por fin— No he sido un buen amigo, y además me pongo celoso cuando...—
— Cuando realmente no te gusto.— completó ella.
— Ese es el problema.— dijo— En realidad me parece que sí que me gustás.

Lo había dicho, y el mundo no se cayó a pedazos. Lía no tenía una expresión horrorizada, como lo había imaginado, sino más bien una de felicidad.

— ¿Estás seguro?
— ¿Eh?

En realidad no estaba seguro de nada.

— Yo... o sea, pensé que era obvio que me gustabas Agus, por eso me sentí pésimo cuando me dijiste que el beso fue un error.— admitió ella— ¿Por qué harías eso si en realidad si te gusto?

El mayor suspiró.

— Soy más grande que vos, Magnolia.

La chica lo miró confundida.

— Sí, ya lo sé, unos ocho años.— dijo— Pero, sinceramente no sé qué tanta diferencia hay en realidad.
— Este es tu primer trabajo, Lía, partamos por ahí.— dijo— Yo tengo más experiencia que vos, y somos compañeros de trabajo...

Lía puso los ojos en blanco y lo interrumpió.

— Ay por favor, no hagamos como que no nos damos cuenta que Santi y Juani tienen algo, y un montón de parejas más...

Agustín negó.

— No pero...— dijo, mas se cortó a sí mismo.— en realidad no sé qué pero más poner.
— Entonces no pongas ninguno.

Por fin Magnolia se sentía en capacidad de hacer lo que ella solía hacer cuando le gustaba alguien.

La chica de acercó a el rubio, puso su manos en el rostro ajeno y miró aquellos ojos con atención.

— ¿Me quieres besar tanto como yo a ti?
— Lía...
— Dime, Agus, ¿lo quieres hacer?
— Claro que lo quiero.

Dicho esto, el chico acercó sus labios a los de ella, y la besó.

Era un beso desesperado, ambos tenían muchas emociones dentro, emociones que querían contener antes, pero ahora salían como agua de un grifo.

El puso sus manos en cada mejilla de la chica, mientras ella bajaba las suyas rodeando el cuello de él.

Se separaron unos instantes para volver a respirar. Agustín la analizó unos instantes, las mejillas sonrojadas, los labios un poco más rojos que antes. Pasó un mechón de pelo detrás de su oído.

— Sos perfecta.— dijo — Realmente perfecta.

Ella no pudo evitar sonreír y volver a besarlo, más intensamente, con más fuerza si eso era posible.

Y Agustín no cabía en sí mismo de alegría, porque esto no se le habría ocurrido ni en sus sueños más locos.

el tesoro || agustín pardellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora