14. propuesta

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Magnolia recuerda una sola ocasión en la que su madre se comportó como una madre.

Si ha de ser sincera, claro que en realidad sus padres nunca la criaron. Pero su madre era la más sensible de los dos, por lo que en ocasiones se mostraba un poco más compasiva con su hija.

Un día cuando tenia unos cinco años, Magnolia se enfermó, tenía una fiebre bastante alta y una tos bastante horrible.

La señora Walker, quien estaba a punto de ir con su marido a otro de los tangos viajes de negocios, no tuvo el corazón de dejarla simplemente. Quizá había sido una de las pocas veces en su vida en la que se le escapó el hecho de que en realidad sí tenía un alma y una pizca de empatía.

Lía fue cuidada por su madre por primera vez en su vida, y aquello sería un hecho que prácticamente casi no se repetiría. Mas, dándole un poco de crédito a su mamá, no sería la única vez.

— Hola, papá, hola, mamá.

Por eso Lía fue a ese restaurante. Si era honesta nunca perdió las esperanzas de que algún día sus padres se interesaran en su vida.

— Magnolia, siéntate por favor.

La chica hizo caso.

— Estás tan grande, tan adulta.— se le escapó a su madre, con un tono humano que distaba de su general tono frío.
— María Elena, déjese de sentimentalismos.

Magnolia estuvo a punto de poner los ojos en blanco. Ya había empezado la misma dinámica machista de siempre.

— Bueno, ¿de qué quieren hablar?— dijo ella, con menos amabilidad que cuando los saludó.

Ambos la miraron.

— Bueno...— el padre de Magnolia parecía querer ordenar sus palabras — Aprovechando que te hemos visto acá... queríamos...

María Elena se impacientó.

— Hemos estado pensando mucho en ti, últimamente.
— ¡María Elena!

La mujer se calló.

— Lo que tú madre quiere decir es que hace un tiempo venimos dándonos cuenta de que no hemos hecho bien las cosas contigo.

Magnolia casi no podía creer lo que estaba escuchando.

— Hemos pasado la mayor parte de tu vida fuera de casa, viéndote con suerte cada tres meses.— dijo él— y luego cuando te fuiste, no te vimos más.

La chica asintió. Y aunque sabía que su crianza tuvo más problemas que esos, como por ejemplo el hecho de que después de las entrevistas y fotos, nunca fueran cariñosos con ella, prefirió no decir nada.

"Bueno, por algo se empieza", pensó.

— Nos queremos disculpar.— dijo María Elena, aprovechando que su esposo había terminado de hablar.

Si no fuera por el frío de Sierra Nevada, que calaba en sus huesos, Lía pensaría que estaba soñando.

Muchas veces había soñado este momento, en el que sus papás le pidieran disculpas, pero ahora pasaba en verdad y ella no sabía que decir.

— Eh... no lo sé.
— No tienes que hacerlo ahora.— aclaró su madre— Solo... déjanos entrar de nuevo en tu vida, vuelve a Chile cuando termines aquí.

Lía casi no reaccionaba.

— Tu madre no está trabajando porque...
— Me jubilé.— interrumpió la mujer.

Por alguna extraña razón, esta vez su marido no la reprendió, algo que extraño a la chica.

— El punto es que si bien tu padre sigue yendo y viniendo a todos lados, no estarías sola, estaríamos las dos juntas.

Magnolia analizó las facciones de ambos. Tanto su padre como su madre tenían más arrugas, el pelo totalmente cano y demás. Su madre se veía más envejecida, pero eso no era extraño, pues de todas formas ella es mayor que su padre.

— Lo pensaré.— dijo finalmente Lía.

De manera inesperada vio a sus padres sonreír de manera genuina, por primera vez.

Luego de ese encuentro se enteró que justamente era el último día que pasarían en España, y esa misma tarde irían a Madrid para ir al aeropuerto.

Por mucho tiempo se pensó indigna del amor de sus padres, y cuando por fin gracias a mucha terapia se dio cuenta que jamás fue indigna, sus padres se acercan a ella con disculpas y una oferta para reconectar. Magnolia se encontraba en un mar de emociones encontradas mientras observaba a sus padres retirarse del restaurante. A pesar de los años de distancia emocional y la falta de cuidado durante su infancia, una chispa de esperanza se encendió en su corazón.

Regresó a su habitación en el hotel, sintiendo una mezcla de incredulidad y una ligera sensación de alivio.

Agustín, que había prometido esperarla allí, la recibió con un abrazo reconfortante cuando ella regresó a la habitación. Aunque no estaba al tanto de todos los detalles de la conversación con sus padres, pudo percibir la turbulencia emocional en Magnolia.

— ¿Estás bien? —preguntó Agustín, preocupado por la expresión en el rostro de su novia.

Magnolia suspiró, dejando que la tensión disipara lentamente. Le contó a Agustín sobre la reunión con sus padres y la sorprendente oferta de reconexión.

— No sé qué hacer, Agus —confesó.

Agustín la abrazó con fuerza, un tanto escéptico de el repentino cambio.

Ella dejó por primera vez sus lágrimas caer, dando cuenta de la intensidad de cosas que sentía.

— Yo sé que estás pensando.— dijo ella.

Ambos se separaron y el la miró.

Ella estaba sentada al borde de la cama y el arrodillado en frente suyo, para quedar a su altura.

— ¿Qué estoy pensado?— cuestionó él.

La miró con ojos compresivos mientras pasaba un mechón de pelo atrás de su oreja.

— Qué están mintiendo.— dijo ella— Pero no tienen ninguna razón para hacerlo, ellos ya no me necesitan para hacer la pinta de la familia feliz.

El asintió

— Yo sé que es extraño, pero no creo que mientan.— dijo ella.
— Sí tú crees que no, entonces probablemente no lo están haciendo.

Ella asintió y dejó que el chico limpiara sus lágrimas con sus dedos.

— Debes hacer lo que tú quieras.— dijo— lo que tú sientas que necesitas.

Lía supo entonces que es lo que necesitaba.

Necesitaba ver hacia donde iba esto.

Aceptaría la propuesta de sus padres, con precaución, pero aceptando que quizá, de verdad se habían arrepentido.






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omg

les juro que esto no va por donde creen que va.

pero bueno, tampoco voy revelar demasiado ajsjsjsj

¿les está gustando?, con honestidad

la verdad a veces me dan bloqueos pero luego se me ocurren más y más cosas para la historia, y bueno.

el tesoro || agustín pardellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora