25 | Lo que susurra el alma

1K 220 67
                                    

19 de marzo

Luego de la charla con Emilia, la acompañé al laboratorio y busqué mi auto que había dejado aparcado cerca de allí. Retomé mi trabajo pendiente y, cerca de las seis de la tarde, regresé a casa.

Esperé durante todo el día que la sensación de terror plantara semillas en mi cuerpo para después crecer incontrolablemente, pero nunca sucedió. Supongo que eso pasa cuando mi corazón ha aceptado que me gusta desde hace tiempo y verbalizarlo no es nada más que una exteriorización. Por lo que, en palabras simples, ahora estoy más tranquila en comparación de la bola de nervios en la que me estaba convirtiendo antes de hablar con Emilia.

Tomé una larga ducha en la que repetí toda la conversación que tuve con mi amiga. Me doy cuenta de que tener todo eso guardado era lo que me hacía sentir incómoda. ¿Me siento extraña? Claro que sí, pero todo tiene que ver más con que hace mucho tiempo no me ocurría algo así. No me da miedo admitir que me gusta, el miedo real yace más en la inseguridad de que ahora, la elección que haga Marco, está solo en manos de él y nadie puede interferir.

A las siete y treinta, salgo de mi baño repleto de vapor y me pongo ropa cómoda, dispuesta a esperar a Marco. Siempre suele venir alrededor de esta hora, pasamos un rato juntos y luego él hace la cena.

Pero cuando las ocho de la noche se marcan en el reloj y él todavía no está aquí, me parece extraño. Elijo no darle importancia. Me debato entre enviarle un mensaje o seguir esperando, tal vez está ocupado con algo o surgió un inconveniente, no quiero molestarlo. En contra de mis instintos, elijo no darle importancia.

Finalmente, a las ocho treinta el timbre suena y detrás de la puerta está él.

—Hola —saludo y me hago a un lado para que entre en el apartamento, pero se queda de pie delante de mí.

Leo da vueltas moviendo la cola alrededor de mis pies.

—He preparado algo para nosotros —dice—, pero quiero que sea sorpresa, ¿Puedo vendarte los ojos?

Me muestra un trozo de tela color azul oscuro que ya tiene listo para tapar mi vista.

—Esto es raro —digo, un poco confundida.

—No es raro, es una sorpresa —se ríe—. Vamos, solo subiremos a la azotea.

Me dejo convencer porque soy una idiota y, muy en el fondo, sé que confío en él para llevarme a lo que sea que haya preparado con los ojos vendados en una azotea a tantos pisos de altura.

Me guía hasta el ascensor con Leo en sus brazos y subimos. Siento cuando el elevador frena y oigo cuando las puertas se abren. Me ayuda a caminar por el pasillo que conduce hacia la puerta que da a la azotea y, una vez allí, el viento me golpea en la cara.

No huelo ni oigo nada extraño que pueda hacerme anticipar qué puede ser lo que sea que haya hecho.

Siento a Leo pisarme los pies y saltar en mis piernas, por lo que adivino que lo ha bajado al suelo. Afortunadamente la azotea tiene muros altos que hacen que el cachorro no corra peligro al caminar y correr sin supervisión.

—¿Puedo quitarme esto? —pregunto señalando la venda.

—Solo espera un momento —dice y me toma la mano—. Ven.

Me dejo guiar por él hasta que en un punto me hace detener y se agacha para quitarme las zapatillas. Mantener el equilibrio con los ojos cerrados es algo más difícil de lo habitual, por lo que debo sostenerme de sus hombros. Una vez que estoy descalza, tira mi mano para seguir caminando y siento bajo mis pies algo mullido y suave.

—Siéntate —pide y lo hago.

Toco con mis palmas mis alrededores, encontrando algunas almohadas y creo que mantas, lo que me confunde un poco.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: a day ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Dulce Amor NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora