Prólogo

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Ella sintió el frío otra vez.

Con un brazo se abrazó a sí misma y con el otro comprobó que el arma seguía bajo el vestido.

Se acurrucó en la esquina del vestíbulo del edificio.

Disparó.

Empezó a llorar.

Una voz le dijo que todo estaría bien, siempre que complete su parte del trato.

Eso la reconfortó.

Se puso en pie y tocó a la puerta.

Puso su mejor cara de niña inocente.

La puerta se abrió y tuvo que contener una nausea.

-Niña, ¿Estás bien?, ¿Te has perdido? .-Dijo el hombre.

El hombre rondaba los cincuenta años, hacía poco que se había afeitado y emanaba un nauseabundo olor. Vestía unos pantalones y una camiseta sudorosa, que apenas tapaba su barriga cervecera.

En Japón solo sería un Hikikomori más, pero ella sabía que tenía un secreto oscuro.

-¿Estás bien?, tienes mala cara.

La chica se vomitó encima.

El hombre sonrió.

-Pasa, podrás cambiarte dentro.

La muchacha pasó.

La casa era una pocilga, el suelo estaba pegajoso y olía a comida china pasada.

El hombre le indicó una habitación.

Ella empezó a desvestirse.

Mientras tanto él llegó con la toalla.

Sonrió al verla en ropa interior.

-Toma, límpiate.

-Tengo frío, ¿puedes cerrar las ventanas?

El hombre no dudó, cerró las ventanas.

Se acercó.

-Gracias Dios por este regalo de los cincuenta y tres.

La chica dio un paso para atrás.

Pero entonces se acordó.

Disparó.

El hombre guiado por su enfermedad no se había percatado del cuchillo que asomaba por el liguero de la chica.

La chica desenvainó el cuchillo.

-Wow, wow, wow,¿Qué te pasa niñita? ¿Quieres unos azotes?

-No te acerques- Gritó la chica. Tenía edad de estar en secundaria, pero por su aspecto infantil todavía la confundían con una niña y eso le molestaba.

-No te voy a hacer daño, bueno solo si te resistes.

-Inténtalo, cabrón.-Gritó.

Vaya si lo intentó, en menos de un segundo corrió hacia ella.

Lanzó una cuchillada, a lo que se alejó.

-Suelta eso, vas a hacer daño a alguien.

-Sí, a tí.

-Serás zorra.-Dijo y se llevó las manos a la garganta.

Disparó.

Él empezó a toser, apenas podía respirar.

Le observó fijamente llevando su mano a la punta del cuchillo, esta se dobló.

Se rió de la expresión del hombre.

Se quedó a verlo ahogarse, con la agonía comiéndose cada parte de su alma y sin esperanzas en los ojos.

Pero a pesar de todo conservaba la erección.

Cuando al fin murió la chica escupió en su cadáver  y se lanzó por la ventana, rompiendo el cristal, pero no antes  hizo una llamada anónima a la policía.

A la medía hora llegaron y encontraron el cuerpo sin vida de Samuel Williams.

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