Epílogo

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John estaba vigilando la entrada a la habitación, daba mala suerte ver el vestido de la novia antes de la boda.
-Papá.-Le llamó su hija.
Entró a la habitación del hotel.
Parecía un palacio, todo era blanco brillante con toques dorados.
En el patio del hotel, donde se iba a celebrar la boda había una estatua de un ángel que recordaba a Flora cómo habla llegado a aquel feliz momento.
-¿Me queda bien?-Preguntó la mayor
-Precioso. -contestó su padre.
Y la menor asintió mientras derramaba lágrimas de orgullo.
-Pareces una princesa.- Dijo.

Flora estaba nerviosa, creía que no merecía tal felicidad, pues su destino original era morir desangrada, pero agradeció a Lucifer, a la Diosa o el cualquiera de sus nombres, por darle la oportunidad no solo de vivir más años sino por permitirle conocer al amor de su vida y que todo salga bien. Y lo que creía más improbable, en su lecho de muerte en esa impía habitación llena de sangre y semen, se iba a casar.
Es como si hubiera vivido dos vidas: la desdichada vida de Susy y la bendita, pero movida, vida de Flora.
Ahora solo tenía un problema: No podría tener un hijo de su sangre, pues había entregado el útero en sagrado sacrificio al ser.
Sabía que era mucho pedir y que había gente con el quíntuple de problemas, pero quería demostrarle a su padre que podía criar a una criatura sin cometer sus errores
Nat le terminó de colocar el vestido. Lo había diseñado ella misma pues estaba estudiando moda y costura. ErA una versión moderna del vestido de la película “La Bella y la Bestia”, su película Disney favorita y quería sentirse como una princesa para opacar esos sentimientos negativos sobre su pasado y si era digna de su futuro.

Ann subió al altar acompañada de su padre.
Ahí la esperaba su hermosa futura mujer.
Sonrió al verla y está tímidamente alzó la mano como saludo.
Rió nerviosa.
Una vez las dos estuvieron en el altar el cura abrió la misa nupcial.
-Tú, Ann Mcdick. ¿Aceptas a Flora Madison como tú legítima esposa?
-Sí quiero
-Y tú Flora Madison, ¿Aceptas a Ann Mcdick como tú legítima esposa y aceptas cuidarla en esta vida y por toda la eternidad?
-Sí, acepto.
El cura cerró la biblia.
-Yo os declaro Esposas.-Dijo.-Ya podéis besar a la novia.
Se acercaron tímidamente.
-No tengas vergüenza.-Le susurró Flora.
-Es que nunca nos hemos besado frente a mi padre.-Murmuró Ann.
-Ha visto cosas más fuertes.-Contestó.
La multitud irrumpió en un cántico.
-Que se besen, que besen.
-Bueno si es lo que quieren.-Bromeó Flora.
-Démosles un buen espectáculo.-Remató Ann.
Se besaron apasionada, pero dulcemente.

En el banquete apareció un hombre, en plena vejez, un traje negro con una rosa blanca y un sombrero también negro, y se acercó a Flora.
Al principio no lo reconoció, pero vio a través de sus ojos un vínculo más allá del humano.
-Has venido.-Exclamó a lo que consideraba su padre.
-No podía perdérmelo.-Dijo el ser.-Tengo un regalo de bodas para tí.
-Gracias no tenías porque.
Se acercó a Ann.
-Sí tenía porqué, pues tú me entregaste tú única posibilidad de tener hijos. Ahora te doy la oportunidad de demostrarle a ese monstruo que era tu padre como se cría a una niña.
Tocó el vientre de Ann mientras recitaba.
-Creced y multiplicaos.
Así nació la nueva hija del señor.

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