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Pablo Chavez Martinez despertó mareado y con resaca.

Echó la mano al pecho de una veinteañera y lo apretó con dureza.

Esta se quejó con un tono que a Pablo ya le parecía demasiado maduro. Tendría que sustituirla pronto.

Para él las mujeres tenían fecha de caducidad, a partir de los veintidós años, solo la aguantaba porque era hija de un viejo socio de empresa.

Aunque pronto no tendría que aguantarla más.

El viejo estaba en fase terminal de VIH y en cuanto muriera se desharía de su hija a la vieja usanza de la élite de este país: la muchacha se ahorcaría.

Se levantó costosamente y se preparó un café.

Mientras la cafetera obraba su magia se acercó a la mesa de cristal y olfateó esa deliciosa línea blanca.

La muchacha dormía profundamente, ajena a todo el ruido.

"Así me gusta"-Pensó Pablo.

Así no le molestaría en su rutina matinal.

Se sentó en el escritorio y revisó las acciones de varias empresas, luego la suya y acto seguido compró cuarenta acciones de Microsoft y otras tantas de Amazon.

Se levantó de nuevo y paseó por la habitación pensando qué hacer a continuación.

Era demasiado tarde para el caballo, además de era de mindundis y él los odiaba, odiaba por encima de todo a los pobres, a los don nadie, a los desconocidos, los anónimos, los que trabajaban para él, aquellos que no tienen la voluntad de dejar huella en el mundo; Pero últimamente le había cogido el gusto al subidón de la heroína.

Cogió una goma de caucho y se hizo un nudo en el brazo.

Pese a tener la vista estropeada por la edad consiguió atinar la aguja en una vena y se inyectó aquel elixir de los dioses.

-Santa Ambrosia.

En medio del subidón se sentía poderoso, intocable y, ¿por qué no?, inmortal.

"Me desharé de ella ahora, si algo sale mal solo perderé unos millones y no hay juez que no pueda sobornar."

Cogió una almohada y la puso contra su cabeza, impidiéndole respirar.

No opuso resistencia, no despertó, no hizo nada.

Así no le satisfacía.

Apartó la almohada.

Le tomó el pulso.

La muerte se le había adelantado.

Miró su brazo: Cuatro pinchazos.

-Zorra drogadicta.- Masculló.

La pateó.

Entonces oyó una voz femenina decir:"Bang" y el cuerpo le comenzó a arder.

En el arco de la puerta de la cocina había una niña que le miraba con asco.

La había visto antes.

No hizo preguntas, no intentó convencerla de que se había suicidado, sino que se abalanzó sobre ella enfurecido.

La chica intentó echarse atrás para que no la alcanzara, pero este le agarró de su cuello.

-Suéltame.-Gritó con dificultad.

Pablo le apretó más fuerte, hasta que se quedó sin respiración.

Ella murmuró hacia sus adentros: "Bang".

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