El peso del pecado

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La familia Ubuyashiki ha estado a la cabeza de la organización durante siglos, fueron los fundadores y seguirán siendo los lideres hasta que los demonios al fin sean exterminados. Es lo que ha oído Ubuyashiki Kagaya desde que tuvo uso de razón.

Una vida maldita por criar en su seno al padre de todos los demonios: por cientos de años los hombres de su familia han muerto con poco más de veinticinco años, el que llegara a sus treinta era considerado un bendecido, sobre el cual los dioses depositaron su misericordia. Kagaya sufriría el mismo destino.

Todavía podía recordar el rostro enfermo de su padre, lleno al final de un inmenso arrepentimiento. "Siento que hayas nacido en esta familia", parecía haber querido decirle. Aunque su padre, por lo grave de su condición, al final no le dijo nada.

Pero dar vida a Kibutsuji no era el único pecado de la familia Ubuyashiki. Eso Kagaya lo aprendió cuando tuvo su primera visión. Desde tiempos remotos su familia ha estado jugando con el destino. No, jugar no sería la palabra exacta, su familia ha estado manipulando el destino, usándolo a su favor, haciendo que cosas ocurran o no ocurran, a su conveniencia. Como dioses.

Por su puesto que la naturaleza iba a cobrar su precio.

Sea como fuere, Ubuyashiki Kagaya no podía parar. No cuando cada acción llevada a cabo por sus predecesores guiaba hasta el fin del camino, la destrucción de Muzan y la expiación de sus pecados. Muchas veces las visiones no eran del todo claras, a veces eran solo colores, imágenes distorsionadas, sonidos, o simplemente un sentimiento de inquietud en todo su cuerpo. Mas, en ocasiones Kagaya sabía. Veía y escuchaba con lujo de detalles segundos enteros, una imagen nítida del futuro lejano. Y siempre, siempre, sus acciones correspondían a lo que sería lo mejor para llegar a ese futuro, uno que les permitiera vencer.

Kagaya no sabe si ya nació condenado por el pecado de cada Ubuyashiki que le antecedió, pero sabe que sus pecados de esta vida, sus decisiones serán solo suyas, no vale arrepentirse luego, no quiere mirar a su hijo y disculparse.

No sabe cuándo comenzó a condenarse. Cuando sus propias transgresiones fueron suyas y cuando se separó de los pecados heredados de su familia y comenzó a pavimentar su propio camino al infierno.

Quizás cuando conoció a Himejima Gyomei. Pudo haberlo dejado en libertad, y sin embargo dijo las palabras exactas para que el joven monje se quedara a su lado. Kagaya lo supo cuando lo vio, él es uno de ellos. Un guardián que se quedaría a su lado y cumpliría cada orden al pie de la letra.

O cuando conoció a los discípulos de Urokodaki, los vio de lejos, buscando, porque Kagaya siempre estaba buscando, sabía que Urokodaki le daría el mar calmo, pero bajo cuyas aguas existía la peor tempestad, tal como los ojos de Tomioka Giyuu. Sabía que el otro chico iba a morir, ¿podría haberlo evitado? Sí. ¿Lo hizo? No. El destino siguió su curso.

Luego las hermanas Kocho se unieron a la cofradía y él lo supo, no sabía cuál de las dos, y rezaba porque fueran ambas, dos niñas tan inteligentes y amables, no quería que se repitiera lo de Giyuu bajo ningún concepto, y sin embargo, al final el destino le dio su respuesta.

Tengen fue un alivio para su corazón, música para sus oídos, no veía mucho sobre él, solo lo divisó sonriendo con su hijo en brazos. Un niño siempre era un regalo, una esperanza. Kagaya se sintió muy feliz cuando encontró a Uzui Tengen.

Cuando conoció a Sanemi, él soñó con un vendaval. Se despertó con mucho dolor y unas terribles ganas de llorar. Kagaya recuerda cada nombre de cada cazador enterrado en el cementerio. Nunca podrá olvidarlos, pero su corazón se siente especialmente pesado cuando pronuncia el nombre de Masachika Kumeno.

Al final del infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora