Domesticidad

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Tanjiro realmente solo había querido ayudar.

Debió saber que el camino al infierno estaba pavimentado de buenas intenciones. El iría al infierno. Quizás no a un infierno tan malo como al que irían los demonios, pero de que iría, iría. Al infierno de los pervertidos, eso estaba claro, al de los que traicionan la confianza de sus maestros para hacer actos indecentes en su casa, y al de los que profanan el uniforme de cierto Hashira de las llamas también. Ni la tercera luna superior, Akaza se dijo Tanjiro con disgusto, ni siquiera Akaza, en toda su obsesión con Rengoku Kyojuro, habría caído tan bajo.

Todo comenzó la mañana de ese mismo día. Su maestro había regresado de su patrulla nocturna con Nezuko, desde que la más joven de los hermanos Kamado había demostrado su interés y resolución en entrenar y pelear junto al cuerpo de cazadores, Rengoku, como buen maestro que era, la había aceptado sin reservas, incluso había diseñado una rutina de entrenamiento solo para ella, para ayudarla en su estilo de pelea y a mejorar su manejo de su arte de sangre demoníaca. Ahora, cuando Rengoku salía a sus patrullas de rutina la llevaba casi siempre consigo, por supuesto la traía a casa antes del amanecer en su cajita.

A Tanjiro realmente lo conmovía ver que su maestro había aceptado a su hermana sin reparos, que la protegía tanto como él y sus amigos lo hacían, y más que eso, la trataba como a cualquier persona, como a un ser humano. El mayor de los Kamado estaba realmente feliz, Rengoku también les había dado un hogar. Desde que se habían vuelto sus aprendices los cuatro jóvenes se habían ido a vivir con el pilar de las llamas a su mansión. Los días eran allí eran perfectos según Tanjiro, cuando él, Zenitsu e Inusuke se levantaban, los esperaba siempre un delicioso desayuno que los hermanos Rengoku habían preparado, luego entrenaban hasta la hora del almuerzo.

Tanjiro ADORABA entrenar con Rengoku, y no solo por las muchas mejorías que ya percibía en su técnica de espada, y en su estamina, sino porque su maestro solía entrenar en kimono y hakama solamente, verlo en las ropas tradicionales le hacía agua la boca, y cuando hacía mucho calor, sujetaría su cabello en una alta coleta, dejando bien visibles la silueta de su nuca y cuello, levantaría las mangas del kimono, dejando al descubierto sus brazos, algunas cicatrices blancas los adornaban y Tanjiro moría por saber la historia detrás de cada una, testimonios de su incansable lucha para proteger a los demás, de incontables peleas y victorias.

Si ya estaba babeando por ver simplemente sus brazos, el joven Kamado ARDÍA cuando su maestro les pedía permiso para quitarse la camisa. Tanjiro pensaba que Rengoku no debería pedir permiso para nada, estaban en su casa, pero sabía que el pilar de las llamas era demasiado educado. Zenitsu y él mismo descartaban sus camisas cuando el calor se hacía insoportable, lo que gracias al arduo entrenamiento era casi siempre. Inusuke...Inusuke ni siquiera usaba camisa. En las raras ocurrencias en que Rengoku dejaba su pecho desnudo, Tanjiro agradecía que sus pantalones fueran bastante holgados. Luego se iría a su habitación o al pozo a echarse cubos de agua fría, muerto de vergüenza y culparía a la pubertad que le estaba golpeando demasiado fuerte. A Inusuke no le importaba y Zenitsu solo miraba el cuerpo de Rengoku con mal disimulada envidia, llorando porque de seguro le lloverían las chicas, si tan solo dejara de mirar tan fijamente a ninguna parte y no fuera tan escandaloso. Zenitsu, eres un idiota pensó Tanjiro al oírle quejarse ¡Rengoku san es perfecto!

Luego del almuerzo entrenaban un poco más, las tardes tranquilas las pasaban ya sea intentando descubrir algo nuevo sobre la respiración solar que ahora sabían era el verdadero nombre de la danza que la familia Kamado había trasmitido de generación en generación durante siglos, o Rengoku los dejaba hacer lo que quisieran (golpear cosas y a Zenitsu por parte de Inusuke, esconderse de Inusuke y jugar con Nezuko, por parte de Zenitsu) mientras él se iba a practicar su caligrafía, o a visitar a alguna persona, o simplemente pasar tiempo con su hermano. Tanjiro solía agarrar su espada y ponerse a practicar sus katas, o les escribía a Urokodaki y a Tomioka, ninguno de los dos contestaba nunca. Parece que era algo genético para los usuarios de la respiración del agua.

Al final del infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora