Capítulo 5

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Abbie terminó la junta por la tarde y se dirigió a su oficina, agotada. Al entrar, vio a su esposo sentado en el sofá, esperándola con una sonrisa amplia. Se acercó a él y esbozó una sonrisa cansada, que en realidad era falsa.

—Te ves muy cansada, mi amor. ¿Estás bien? ¿Te pasa algo?

—Sí, ha sido un día intenso. Ya quiero irme a casa—respondió ella, forzando una sonrisa.

—Está bien, te llevo—dijo él, levantándose del sofá y tomándola de los hombros—. Pero primero te llevaré a casa para que te tomes una ducha y te pongas hermosa para esta noche.

Abbie frunció el ceño, confundida.

— ¿A qué te refieres?

—A mi celebración por el aniversario de la empresa. ¿No lo recordabas?

— ¿Qué? ¿Es hoy? —Sebastián la miró sorprendido.

—Mi amor, no me digas que lo olvidaste.

—Es que, con tantos pendientes...-empezó a preocuparse.

—Bueno, no importa. Tienes suerte de ser la esposa del anfitrión. Todo está listo para esta noche—le dio un beso en la mejilla y la tomó del brazo—. Vamos, que debemos llegar antes que los empleados.

Abbie sintió un nudo en el estómago. La idea de enfrentarse a Karina esa noche la tenía completamente descolocada. El recuerdo de la noche anterior la atormentaba; cada vez que pensaba en Karina, su mente se llenaba de imágenes de pasión y arrepentimiento. El hecho de que su esposo la llevara a la celebración sólo aumentaba su ansiedad. ¿Cómo podría mantener una apariencia tranquila cuando su mente seguía reviviendo el ardor de aquella noche?

Mientras se subía al coche, Abbie trató de tomar aire profundamente, pero su respiración se mantenía entrecortada. Miró por la ventana, su mente estaba corriendo a mil por hora. Se preguntaba cómo Karina reaccionaría al verla, si habría algún signo de lo que había pasado entre ellas. La presión de tener que enfrentar a Karina y al mismo tiempo actuar como si nada hubiera ocurrido la estaba desbordando.

—Tranquila, cariño—dijo Sebastián al notar su inquietud—. Todo estará bien. Sólo necesitamos disfrutar de la noche.

Abbie asintió, pero el nudo en su estómago no desapareció. Se sentía atrapada entre la necesidad de actuar con normalidad y el deseo de desaparecer. A pesar de sus esfuerzos por prepararse para lo que estaba por venir, no podía evitar que la culpa y el nerviosismo la invadieran, haciendo que cada minuto se sintiera como una eternidad.

***

La pelinegra se sumerge en la tina, pero en lugar de relajarse, se pone aún más tensa. Sentía una mezcla de culpa y deseo al recordar la noche con la rubia. Mientras se lava, sus manos recorren cada área que la rubia tocó. Cierra los ojos, evocando el recuerdo de esa noche llena de placer, hasta que un sobresalto la despierta y espanta esos pensamientos. Las manos de la rubia recorriendo su piel y sus besos llenos de deseo mientras la embestía, hicieron que la pelinegra no pensara en otra cosa, sólo en los múltiples orgasmos que tuvo esa noche y que jamás había logrado tener con su marido.

Abbie salió de la ducha envuelta en una bata, aún con el cabello mojado. Al entrar al salón, vio a Sebastián en el sofá, terminando una llamada. Al colgar, notó la sonrisa de satisfacción en su rostro.

— ¿Quién era? —preguntó Abbie, tratando de sonar casual.

—Mi secretaria. Me preguntaba la dirección del lugar para estar allí antes y ayudarnos en lo que necesitemos.

— ¿Y va a ir? —preguntó ella, con un tono que trataba de ser indiferente, pero que contenía un matiz de temor. Sebastián la miró con una ceja alzada, a punto de hacer una pregunta, pero Abbie continuó—. Digo, no es necesario que venga. Nosotros podemos encargarnos.

La Amante de Mi MaridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora