La pelinegra regresó pasada la madrugada, con el cansancio dibujado en su rostro. Al abrir la puerta, el aroma a lavanda la envolvió suavemente, indicándole que su rubia ya la esperaba. El tenue brillo de las velas le iluminó el camino hasta la habitación, donde la tina estaba lista, llena de espuma, y la cama tendida con sábanas de satén, invitándolas a un descanso lujurioso y reparador. Karina la esperaba al pie de la cama, con una sonrisa tierna que la recibió como un refugio.
— ¿Estuvo pesado el día? —preguntó Karina mientras la rodeaba con los brazos en un abrazo cálido.
—Sí, fue agotador... —respondió la pelinegra, dejándose caer en su abrazo como si todo su peso se desvaneciera.
Karina acarició suavemente su espalda, como queriendo aliviar más que solo el cansancio físico.
—Entonces, deja que me encargue de ti esta noche —susurró Karina, sus labios rozaban suavemente su cuello—. ¿Quieres que te dé un masaje?
—Mhh, sí, por favor —asintió la pelinegra, cerrando los ojos por un momento, dejándose consentir.
Con delicadeza, Karina la ayudó a despojarse de sus prendas, cada pieza de ropa caía al suelo como si con ellas se liberara también el peso del día. Una vez que la pelinegra estuvo completamente desnuda, Karina hizo lo mismo, desnudándose en un acto silencioso y sensual que añadió una corriente de intimidad a la atmósfera.
Ambas se deslizaron en la tina, el agua cálida las envolvía mientras la espuma las cubría como una suave caricia. Karina se colocó detrás de la pelinegra, sus manos se deslizaban con delicadeza sobre sus hombros. Al principio, el masaje fue suave, meticuloso, sus dedos recorrían los nudos de tensión acumulados en sus músculos.
—Relájate, estoy aquí contigo —le susurró Karina.
La pelinegra soltó un suspiro largo, entregándose a sus manos expertas. Karina continuó recorriendo el largo de su espalda con los dedos, subiendo y bajando lentamente, cada movimiento era calculado para liberar cualquier vestigio de tensión. A medida que el masaje avanzaba, la respiración de la pelinegra se volvía más profunda, hasta que un suspiro cargado de una ligera excitación escapó de sus labios.
Karina sonrió detrás de ella, sintiendo cómo su cuerpo respondía al contacto. Bajó un poco más las manos, acariciando su cintura, sintiendo el calor de su piel bajo el agua tibia.
—Parece que también te está gustando —murmuró Karina, inclinándose hacia adelante para besarle suavemente la nuca.
La pelinegra se estremeció bajo su toque, girando lentamente la cabeza hacia ella, sus ojos encontrando los de Karina.
—Me encanta cuando me cuidas así... —susurró con voz ronca.
Karina, sin apartar la mirada, rodeó su cintura con ambos brazos, pegando su cuerpo desnudo al de la pelinegra, la espuma se deslizaba entre ellas mientras se acercaban aún más.
—Siempre lo haré —respondió antes de besarla, un beso lento y profundo que sellaba la promesa.
En ese instante, el mundo exterior desapareció. Sólo existían ellas, el calor del agua, el murmullo de sus respiraciones entrelazadas, y la conexión que fluía entre sus cuerpos y corazones.
***
La pelinegra jadeaba con los ojos cerrados, moviendo su lengua en un arco y debajo de ella estaba la rubia absorbiendo toda su humedad sujetándose de sus glúteos. Abbie movía las caderas mientras que la rubia dejaba su lengua quieta para su deleite. Empezó a moverse cada vez más rápido hasta que el espasmo en su entrepierna le indico a la rubia que se había corrido en su boca. No se inmutó en silenciar sus gemidos, le hizo saber a la rubia cuanto disfrutó del orgasmo.
***
Unos momentos más, la rubia la tenía de espaldas contra la cama embistiéndola con ritmo acelerado. Su orgasmo estaba tan cerca, pero la pelinegra le pidió que se detuviera.
— ¿Qué pasa?
—Siéntate.
La rubia se coloca en la orilla de la cama y Abbie comienza a manipular ambos sexos. Se encarga de su miembro con la boca y de su vagina con los dedos. Karina se retorció disfrutando el doble placer que estaba experimentando. Era la primera vez que la pelinegra hacía algo así, pero para su sorpresa hizo que se corriera al mismo tiempo por las dos cavidades. Abbie sintió sus dedos humedecerse rápidamente y el miembro de la rubia llenando su boca.
La rubia quedo boquiabierta por la sensación. El doble placer fue indescriptible para ella. Se quedó rendida en la cama y la pelinegra después de chuparse los dedos, llegó a gatas en la cama hasta ella y se quedó abrazada de su regazo.
***
Llega la mañana y la rubia nota que Abbie se había levantado primero. Al salir de la cama la ve en el balcón concentrada en la hermosa vista.
—Buenos días.
—Hola, rubia sexosa, ¿dormiste bien?
—Como nunca, ¿y tú?
—También—le dice sin dejar de mirar hacia abajo.
—Te pasa algo?
—No, nada, es solo que —se toma un momento y piensa bien lo que va a decir—siento que últimamente el trabajo ha sido muy pesado.
— ¿Quieres salir a distraerte?
—Me encantaría, pero antes tengo que llamarle a mi esposo.
Le marca, pero no le da línea. Intenta otra vez, pero el magnate la mando a buzón. En el tercer intento, el teléfono aparecía fuera del área de servicio.
(como lo imagine, otra mentira más)
—Abbie, ¿quieres ir con él?
— ¿Que dices? claro que no, después de todo, él a quien extraña es a ti. Se le nota más que nunca.
La rubia aprieta la mandíbula con fuerza y voltea hacia otro lado pensativa. Abbie la toma por la mano y se acerca para plantarle un beso en los labios.
—El sexo se disfruta más estando contigo.
—Te advierto que me he aguantado hasta donde pude, pero habrá una noche en que no pueda dejarte tranquila, quiero hacerlo dos o tres veces.
—Puedo complacerte con eso—responde con seguridad y la pelinegra acaricia su mejilla sonriendo de satisfacción.
—Buena chica.
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La Amante de Mi Marido
RomanceEl deseo se apodera de ella cuando la descubre, una seductora rubia que no solo transforma su vida, sino que lo hace de una manera inquietante. Esta mujer hermosa oculta un secreto insólito, uno que despierta una obsesión peligrosa. La protagonista...