Capítulo 11

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Sebastián se acercó a su esposa, que llevaba un rato desayunando sola, y le dio un suave beso en la frente antes de sentarse a su lado. Abbie, con la mirada fija en su taza de café, notaba la calidez del gesto, pero no podía evitar sentir una leve inquietud en su pecho.

Estaba a punto de iniciar una conversación cuando notó que Sebastián sacaba su celular, sus dedos se movían rápidamente por la pantalla. Esa reacción automática le hizo sospechar de inmediato que podría ser la rubia quien le escribía, y la duda se deslizó entre sus pensamientos.

—¿Quién te molesta tan temprano, amor? —preguntó, tratando de mantener un tono casual, aunque la tensión en su voz era innegable. Sebastián levantó la vista hacia ella, sorprendido por la pregunta, pero sin mostrar una reacción inmediata.

Finalmente, con una calma medida, respondió:

—Nadie, amor. Es de la empresa, ya sabes —dijo, llevándose la taza a los labios para dar otro sorbo—. Asuntos pendientes.

Abbie forzó una sonrisa, una que apenas ocultaba la creciente inquietud en su corazón. Decidió no decir nada más, pero el silencio que siguió al intercambio fue palpable, pesado. Continuaron con el desayuno en un mutismo compartido, cada uno sumido en sus propios pensamientos.

***

Durante el día de trabajo, Abbie no lograba concentrarse. Las palabras en su pantalla se difuminaban, reemplazadas por el rostro de Sebastián y los recuerdos de la mañana. La inquietud la corroía por dentro. No solo por la evasiva respuesta de su esposo, sino por lo que implicaba. La sombra de la rubia se cernía sobre sus pensamientos, haciéndole dudar de todo.

No había preguntado si al final había dejado al magnate, y esa omisión la atormentaba. ¿Podía estar con ambos? La posibilidad de que la rubia estuviera jugando a dos bandas era una espina clavada en su pecho. Y lo peor era que Abbie sabía que no podía admitir abiertamente la situación sin exponer más de lo que deseaba. Todo se complicaba cuando recordaba lo que habían hecho juntas, una intimidad que ahora parecía envenenada por la incertidumbre.

En lugar de dejar que la duda la consumiera, decidió tomar el control. Tenía que saber la verdad, pero debía hacerlo de manera que no levantara sospechas ni creara un conflicto innecesario. La pelinegra empezó a idear un plan meticuloso, uno que le permitiera aclarar sus dudas sin que ninguno de los involucrados supiera sus verdaderas intenciones.

Primero, pensó en una excusa para hablar con la rubia. Algo casual, sin levantar alarmas. Un mensaje rápido, tal vez para preguntarle algo trivial, un detalle que sólo ellas compartirían. Luego, dependiendo de su respuesta, Abbie podría intentar tantear el terreno, buscar indicios en sus palabras, en su tono. Quizás incluso sugerir una salida, un encuentro fuera del trabajo. Allí podría observarla de cerca, leer entre líneas, y tal vez obtener la respuesta que tanto necesitaba.

La mente de Abbie trabajaba rápido, planificando cada paso con precisión. Estaba decidida a no dejar nada al azar. Después de todo, si quería conservar lo que era suyo, tenía que estar dispuesta a luchar, pero con inteligencia, sin mostrar todas sus cartas.

Con un suspiro profundo, Abbie cerró el documento en el que estaba trabajando y tomó su celular. Era hora de poner en marcha su plan.

***

Sebastián salió de su oficina de forma apresurada, y la rubia notó lo exasperado que estaba. Antes de que pudiera preguntarle si todo estaba bien, el empresario la interrumpe.

—Tengo que ir a una distribuidora. Surgió un problema y me tengo que encargar enseguida—le informa y la rubia intenta replicar, pero la interrumpe de nuevo—. Cancela todas mis citas, por favor—exhala con frustración—. Espero resolverlo ya mismo.

La Amante de Mi MaridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora