Capítulo 16

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—Ohh, Abbie— gemía la rubia, su voz quebrada por el placer, mientras Abbie se movía rítmicamente encima de ella, sus cuerpos entrelazados en una danza interminable.

Cada embestida era más intensa que la anterior, los movimientos de Abbie eran calculados, pero llenos de pasión, y la rubia sentía cómo la presión se acumulaba en su bajo vientre, acercándola inexorablemente al orgasmo.

—Abbieee—la rubia exhaló su nombre en un grito ahogado cuando la ola de placer finalmente la envolvió.

Su cuerpo se tensó, las piernas temblaron mientras su espalda se arqueaba bajo el peso de su amante. Abbie, sintiendo la liberación de la rubia, ralentizó sus movimientos, permitiendo que su amante disfrutara cada segundo de ese clímax, mientras sus propios músculos seguían contrayéndose suavemente alrededor de ella. La respiración de la rubia era un jadeo descontrolado, su pecho subía y bajaba mientras trataba de recobrar el aliento, pero la pelinegra no le daba tregua.

Habían perdido la cuenta del tiempo. Iban por la tercera ronda, y aunque los cuerpos sudorosos pedían descanso, Abbie seguía incansable, negándose a detenerse, manteniéndose dentro de ella como una promesa de un placer continuo. El primer orgasmo lo había sentido fuera de su cuerpo, como un torbellino que la dejó a la deriva, pero este último lo había experimentado con
Karina profundamente dentro de ella, llevándola a un lugar donde el dolor se convertía en placer y los gemidos se transformaban en suspiros de alivio. Abbie, con su cuerpo dominando sobre el de ella, dejaba una estela de besos ardientes en su cuello, mordisqueando con dulzura, cada caricia una provocación, mientras su aliento caliente se entrelazaba con sus palabras.

— ¿Te gusto? —susurró Abbie contra su oído, sin detener sus movimientos, lenta pero deliberadamente, enviando pequeñas descargas de placer por todo el cuerpo de la rubia.

—No, Abbie... no hagas eso, por piedad—rogó la rubia, su voz era apenas un murmullo entrecortado, su cuerpo ya agotado por la intensidad del momento.

— ¿Quieres que me salga por un momento? —Abbie la tentaba, su voz estaba cargada de sensualidad y control, disfrutando de cada segundo en que tenía el poder sobre la situación.

—Sí, por favor. Ya no te muevas, te lo suplico—la rubia cerró los ojos, esperando ansiosamente la liberación.

—Si me salgo, tus líquidos van a salir expulsados de mí. ¿Quieres ver eso, verdad? Pues mira...—Abbie levantó sus caderas lentamente, permitiendo que sus cuerpos se separaran, y mientras lo hacía, la rubia observó, fascinada, cómo el fluido de su éxtasis goteaba, saliendo
de ella como una confesión líquida. Su respiración seguía agitada, su pecho aún subía y bajaba con fuerza, pero no podía apartar la mirada de la escena frente a ella.

—No te voy a dejar mucho tiempo, así que recupérate rápido—Abbie la desafió, sus ojos ardían con deseo, y una sonrisa provocativa jugaba en sus labios.

—Tú lo que quieres es acabar conmigo— dijo la rubia con una risa temblorosa, aun sintiendo la tensión acumulada en su cuerpo.

—No, al revés. Yo quiero que tú acabes conmigo— replicó Abbie, con un brillo travieso en sus ojos, mientras se inclinaba hacia abajo para besarla con suavidad, sus labios capturando los de la rubia en un gesto que era tanto posesivo como tierno.

La tercera ronda continuó, pero esta vez, la rubia se mostró más vigorosa, decidida a igualar la intensidad de su amante. En un movimiento fluido, la rubia, llena de energía renovada, cargó a
Abbie en sus brazos, levantándola del suelo con facilidad, mientras los muslos de la pelinegra se apretaban con fuerza alrededor de su cintura, aferrándose a su cuerpo. La rubia la sostenía con firmeza, sus manos sujetaban los muslos de Abbie mientras se frotaba contra ella, la piel desnuda de ambas rozándose, creando una fricción que elevaba el placer de Abbie a alturas insospechadas. El sudor perlaba su frente, pero ni una gota caía mientras sus labios se movían uno contra el otro, en un beso que no conocía fin.

—Ahhh—gimió Abbie, incapaz de contenerse, mientras el placer la atravesaba de manera fulminante, y su cuerpo se estremecía en los brazos de la rubia.

Ella también estaba al borde, y cuando el orgasmo de Abbie se propagó por todo su ser, la rubia sintió que el suyo se acercaba de manera inevitable. Sin soltarla, la bajó con cuidado, sus movimientos ahora más torpes, el control que tanto había exhibido se desvanecía a medida que el placer la abrumaba.

El orgasmo de la rubia llegó como una tormenta, imparable, y justo cuando sintió que estaba por desbordarse, Abbie, siempre atenta, se arrodilló frente a ella, dejando que sus labios buscaran el centro del placer de la rubia. La rubia apenas tuvo tiempo de asimilar lo que
estaba sucediendo antes de que su cuerpo respondiera con una fuerza casi violenta. La lengua de Abbie era implacable, moviéndose con destreza, explorando cada rincón, cada pliegue, hasta que la rubia gritó su nombre, su cuerpo temblando mientras el orgasmo la sacudía. Abbie no se detuvo, ni cuando los líquidos de la rubia se derramaron sobre ella. Continuó, devorando cada gota, su boca entregada a un placer que parecía no tener fin.

Finalmente, cuando la rubia sintió que no podía más, cuando sus piernas se negaban a sostenerla, se dejó caer en la cama, agotada, jadeando por aire. Su piel brillaba por el sudor, y sus ojos estaban cerrados, aun tratando de recuperarse. Abbie, viendo a su amante en ese estado de vulnerabilidad, se colocó sobre ella, su cuerpo aún palpitando por la intensidad de lo que acababa de suceder. La abrazó por detrás, su aliento cálido rozaba la nuca de la rubia, y no pudo evitar burlarse suavemente.

— ¿Quieres otro? —susurró Abbie, su voz era apenas audible, pero cargada de una promesa peligrosa.

—No, ya no... por piedad, descansemos—la rubia respondió débilmente, apenas capaz de articular las palabras, su cuerpo rogaba por descanso, por una pausa en el frenesí.

Se acomodaron juntas, Abbie a su lado, y dejaron que el silencio llenara la habitación, mientras sus cuerpos finalmente se relajaban. El aire fresco de la noche acariciaba su piel desnuda, enfriando el calor que sus cuerpos habían generado. La rubia, aún con los ojos cerrados, se giró lentamente, quedando boca arriba, exhalando profundamente, tratando de liberar la tensión que aún sentía en su cuerpo. Se quedaron así, disfrutando del momento, del simple placer de estar juntas, hasta que, sin necesidad de palabras, decidieron que era hora de levantarse.

Tomadas de la mano, caminaron hacia la ducha, sus pasos eran lentos pero firmes, como si no quisieran que ese momento terminara. El agua caliente cayó sobre ellas, lavando el sudor y los restos de su intimidad, pero también despertando algo más. Abbie, nunca satisfecha, aprovechó la oportunidad para completar el cuarto y último round de la noche, asegurándose de que la rubia supiera, sin lugar a dudas, cuánto la deseaba, una y otra vez, hasta que el
amanecer asomara por la ventana.

La Amante de Mi MaridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora