Abbie llegó a la oficina de Sebastián con pasos seguros, sus tacones resonaban en el suelo de mármol del elegante edificio. La recepción, decorada con arte moderno y flores frescas, le daba la bienvenida con su sofisticada frialdad. Saludó a la recepcionista con un breve asentimiento y se dirigió hacia la puerta de la oficina de Sebastián. Al llegar, giró el pomo con confianza y entró sin tocar, cerrando la puerta suavemente detrás de sí. Sus ojos recorrieron la estancia y se encontraron con la figura de Karina, ordenando unos papeles sobre el escritorio. El lugar estaba iluminado por una suave luz natural que entraba por las amplias ventanas, haciendo brillar el rubio de su cabello como un halo dorado.
Karina no se había percatado de su presencia, y cuando finalmente se giró y vio a Abbie, dio un pequeño salto inesperado, llevándose una mano al pecho. Esa reacción tan genuina le arrancó una sonrisa a Abbie, quien disfrutaba enormemente el poder que su presencia ejercía sobre la rubia.
—Hola, Abbie, ¿qué te trae por aquí? — preguntó Karina, recuperando rápidamente su compostura mientras intentaba disimular el sonrojo en sus mejillas. Volvió a concentrarse en los documentos, aunque sus manos temblaban ligeramente al ordenarlos.
—Vine a ver a Sebastián—respondió Abbie, observándola con una mirada que mezclaba interés y desafío.
Karina asintió, su expresión mostraba comprensión, pero pronto su frente se frunció como si recordara algo importante.
—Lo siento, pero Sebastián está en una reunión ahora mismo. No sé cuánto durará, pero si quieres, puedo avisarle que estás aquí.
El tono profesional de Karina no pasó desapercibido para Abbie, quien sabía perfectamente cómo hacer que la rubia saliera de esa fachada formal. Abbie suspiró, un poco decepcionada por no encontrar a Sebastián, pero más interesada ahora en la inesperada compañía.
—Está bien, solo avísale que vine. Si no es mucha molestia—dijo, mientras su mirada recorría la oficina.
Observó la decoración moderna, los tonos neutros que dominaban la paleta de colores y el mobiliario elegante pero funcional, detalles que hablaban del éxito y buen gusto de Sebastián. Sin embargo, su atención siempre volvía a Karina, como un imán que no podía resistir.
—Por supuesto—respondió Karina con un tono cortés, su voz suave como la seda. Luego, con un gesto casi imperceptible, volvió a concentrarse en su trabajo. Ahora, si me permites, voy a seguir trabajando.
Abbie, con un brillo travieso en los ojos, se acercó a Karina en silencio, acortando la distancia entre ellas con pasos ligeros. Antes de que la rubia pudiera reaccionar, la pelinegra la rodeó con sus brazos, abrazándola por la cintura. Karina se tensó de inmediato,
sorprendida por la cercanía y el contacto
repentino.—Abbie...por favor... —murmuró Karina, sintiendo el calor que emanaba del cuerpo de Abbie y cómo su corazón comenzaba a latir más rápido. Abbie, con una sonrisa que prometía travesuras, inclinó la cabeza para susurrar al oído de Karina.
—Tú me sedujiste en mi oficina, ahora me toca hacer lo mismo.
El susurro provocó un escalofrío que recorrió la columna de Karina. Sabía que no debía dejarse llevar, pero la cercanía de Abbie hacía que sus resoluciones se desvanecieran como humo. Intentando recuperar algo de control sobre la situación, la rubia contestó en un susurro que apenas logró mantener firme.
—Hay cámaras vigilando.
—Es excitante, ¿no? —replicó Abbie, disfrutando de cada segundo de la incomodidad y deseo que veía reflejados en los ojos de Karina.
—No, es peligroso—susurró Karina, su voz temblaba mientras luchaba por mantener la compostura. Sentía cómo el autocontrol se le escapaba entre los dedos, como arena en un reloj.
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La Amante de Mi Marido
RomanceEl deseo se apodera de ella cuando la descubre, una seductora rubia que no solo transforma su vida, sino que lo hace de una manera inquietante. Esta mujer hermosa oculta un secreto insólito, uno que despierta una obsesión peligrosa. La protagonista...