El día comenzaba con una atmósfera de calma y calidez en el apartamento, el refugio secreto que Abbie y Karina habían convertido en su escondite personal. La luz suave de la tarde se filtraba a través de las cortinas, bañando el espacio en un resplandor dorado que hacía que cada rincón del lugar se sintiera más acogedor. Las sombras danzaban en las paredes, como si quisieran guardar el secreto que el apartamento albergaba: una historia de pasión y complicidad entre dos mujeres.
Abbie, envuelta en una toalla blanca y con el cabello aún húmedo por la reciente ducha, estaba en el baño, secándose frente al espejo. La noche anterior había sido otra de esas veladas que compartían solo entre ellas, una donde el tiempo parecía detenerse, permitiéndoles disfrutar de cada caricia, de cada susurro en la oscuridad.
Karina, la rubia de ojos chispeantes, se secaba el cabello en el dormitorio, dejando que las suaves ondas cayeran sobre sus hombros. Aunque el día apenas comenzaba, el aire estaba cargado de esa intimidad que solo ellas conocían, una sensación que hacía del apartamento un verdadero nido, un espacio donde podían ser auténticas sin miedo a ser descubiertas.
Fue en ese momento cuando el sonido del teléfono móvil de Abbie rompió la quietud del lugar. Desde el baño, ella escuchó el timbre y, con el ceño fruncido, se apresuró a tomar el aparato que descansaba sobre el lavabo. Al mirar la pantalla, el nombre de Sebastián apareció iluminado, y Abbie sintió un pequeño nudo formarse en su estómago. La llamada de Sebastián, su esposo, era un recordatorio de la vida que llevaba fuera de esas paredes, una vida que, en esos momentos, le parecía ajena.
Frunciendo el ceño, Abbie dudó un momento antes de contestar. Miró su reflejo en el espejo, notando la sutil tensión en su expresión, una que rápidamente intentó suavizar antes de llevar el teléfono a su oído.
—Dame un segundo —dijo Abbie a la rubia, quien estaba sentada en la cama, secándose el cabello con una toalla.
Abbie salió del baño y respondió la llamada mientras se dirigía a la sala.
—¿Hola? —contestó, intentando ocultar su irritación.
—¿Por qué no me has llamado? —La voz de Sebastián sonaba molesta al otro lado de la línea—. Te he estado llamando y no contestas.
—Lo siento, amor. Estaba ocupada —dijo Abbie, tratando de sonar lo más tranquila posible—. Voy para allá en un rato, ¿vale?
—Está bien. Espero tu llamada entonces —dijo Sebastián con la irritación aún presente en su voz antes de colgar.
Abbie volvió al dormitorio, donde Karina la esperaba con una sonrisa juguetona. La pelinegra dejó que su cuerpo se desplomara sobre la cama, estirándose con un suspiro pesado, como si el peso del mundo la hubiese dejado agotada.
—¿Todo bien? —preguntó Karina, acercándose con suavidad y sentándose a su lado, su mirada estaba llena de curiosidad y un toque de ternura.
Abbie asintió lentamente, pero no pudo evitar rodar los ojos con frustración.
—Sí, solo Sebastián... —murmuró, su voz cargada de una mezcla de fastidio y resignación—. Dice que no he llamado y que debería ir para allá. No es gran cosa, pero...
Karina no dejó que Abbie terminara la frase. Se inclinó hacia ella y la envolvió en un cálido abrazo, su contacto derretía cualquier rastro de tensión que quedara en los músculos de Abbie. Con una sonrisa traviesa, Karina le susurró en tono de broma:
—No te dejaré ir. Tendrás que quedarte conmigo un poco más —dijo, fingiendo un tono serio que no logró ocultar el brillo juguetón en sus ojos.
Abbie soltó una risa suave, dejando que la calidez del momento la invadiera. Le devolvió el abrazo, sus brazos rodeaban a Karina con cariño, mientras ponía una expresión de súplica exagerada.
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La Amante de Mi Marido
RomanceEl deseo se apodera de ella cuando la descubre, una seductora rubia que no solo transforma su vida, sino que lo hace de una manera inquietante. Esta mujer hermosa oculta un secreto insólito, uno que despierta una obsesión peligrosa. La protagonista...