Capítulo 17

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Después del desayuno, la pelinegra le informa a Karina que al cabo de unas horas se irán de nuevo a la realidad. Lo que parecía ser un sueño para ambas, tuvo que regresar a ser lo que en verdad era, un suplicio, que no fue propiciado por ninguna de las dos.

Esos días en los que convivió más a fondo con la pelinegra significaron mucho para Karina, y el estar tan cerca de ella físicamente la hizo pasar bochornos por lo despampanante que era su físico. La belleza afin de esa mujer no la merecía ese mundo.

Pero lo que la había tomado por sorpresa fueron los instantes dónde Abbie desnudaba su alma frente a ella. Conoció sus preocupaciones y sus heridas recientes. Ella era una mujer fuerte a pesar de todo lo que le tocaba enfrentar día con día en esa empresa tan demandante y con su marido, que a pesar de lo que le hizo, no quiso formar un escándalo. A pesar de haber descubierto a su amante no delató a ninguno de los dos. Eso le hizo pensar muchas cosas a la rubia, pero la que más inquietó su mente fue la idea de que la pelinegra quizá experimentaba nuevos sentimientos hacia ella.

Al terminar de empacar la última maleta, la rubia la abrazó fuertemente y Abbie se quedó confundida sin reaccionar ante su contacto.

—Muchas gracias por esta aventura.

—Ni que lo digas—se gira y le planta un candente beso en los labios—. Hace tanto tiempo que no me sentía tan viva.

La rubia aprisionó sus sentimientos para sus adentros. Sabía que la pelinegra lo dijo como a una amante, y no porque estuviera sintiendo algo más. Lo que ahora le incomodaba a Karina era que cada palabra que le decía la ponía a pensar mucho, ya que aún no se daba cuenta lo que estaba pasando en realidad por su cabeza.

***

Luego de un largo vuelo, al fin llegaron a casa. La rubia se despidió y se fue a descansar mientras que Abbie se fue directamente a la empresa. En ningún momento del día recibió una llamada o mensaje de su esposo para saber cuándo había regresado. Eso no la sorprendía, pero lo que si le molesto fue que ahora ni siquiera fingía que le importaba.

Su matrimonio ahora lo veía como uno convencional, después de que ninguno de los dos cediera para reavivar su amor. Nada podía volver y lo sabía, pero en el fondo quería tomar fuerzas de dónde fuera para mirarlo como ahora miraba a su amante.

Al llegar a su mansión, la pelinegra examinó en su recamara todo tipo de detalles. Chocolates, peluches, diamantes, rosas, de todo. El magnate salió de donde estaba para sorprenderla y la abrazo por la espalda. Ella no reaccionó hasta que la soltó. Su semblante era el de una persona confundida.

—¿Porque no me escribiste en todo el día?

—Porque estaba preparándote esta sorpresa, amor, ¿te gusta?

No la deja ni responder, la carga y comienza a besarla con todas las ganas acumuladas en ese momento. Continua así, pero Abbie no puede soportar mucho el contacto, así que se despega y ve en sus ojos una tristeza que jamás había visto, o así lo interpretó ella.

—Mi amor—acaricia su mejilla como antes lo había hecho para seducirla—¿no me vas a volver a rechazar, o sí?

La pelinegra no sabe qué responder y lo abraza para continuar besándose. El magnate la carga sin dificultad hasta llegar a la cama. Se desnuda deprisa y después despoja de su ropa a la pelinegra quien estaba quieta sin atreverse a intervenir en nada. Cuando está por llegar a su cavidad, ella lo detiene rápidamente.

—Tengo que confesarte algo—dice con preocupación en su voz y él se detiene confundido.

—¿Qué pasa?

La Amante de Mi MaridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora