Capítulo 14

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Los últimos rayos del sol se reflejaban en el mar, tiñendo el horizonte con tonos dorados y anaranjados. La playa, tranquila y privada, era el escenario perfecto para una tarde de relax. La rubia se recostaba en una tumbona, disfrutando de una piña colada helada. Cada sorbo de la bebida era un deleite, y el suave murmullo de las olas que rompían en la orilla creaba una atmósfera de absoluta paz. La combinación del calor del sol y la frescura de la bebida la envolvían en una sensación de bienestar, como si no hubiera nada más hermoso que escuchar el sonido del mar.

El tiempo parecía haberse detenido para ella en ese rincón idílico, pero la tranquilidad de la rubia contrastaba con la impaciencia que sentía por la tardanza de la pelinegra. Había ocurrido un contratiempo, y cuanto más esperaba, más la extrañaba. Su mente divagaba entre la anticipación y la incertidumbre, preguntándose cuándo finalmente la vería llegar.

Justo cuando se estaba levantando para recoger sus pertenencias, algo a lo lejos captó su atención. El muelle se perfilaba contra el cielo crepuscular, y allí, en el horizonte, vio la figura familiar que se acercaba con un kimono blanco ondeando al viento. La pelinegra se veía radiante y fresca, como si la brisa del mar le hubiera dado un brillo especial.

La rubia se quedó sin palabras, sorprendida y emocionada. Un torbellino de sentimientos la invadió; el simple hecho de verla la hizo olvidar por un momento todo lo que había estado esperando. Cuando la pelinegra llegó corriendo hacia ella, la rubia no pudo evitar abrir los brazos y recibirla en un cálido abrazo. Sus cuerpos se encontraron en un abrazo sincero, y se besaron largamente, como si cada segundo que pasaron separados fuera un mundo entero.

—Por fin llegaste.

— ¿Me extrañaste mucho?

—Casi lloro por tener que esperar demasiado.

Dieron un recorrido a la orilla del mar tomadas de la mano. La pelinegra se detiene por unos momentos para que el agua tocara sus pies.

Tomadas de la mano, comenzaron a caminar por la orilla del mar. El sol estaba casi escondido, y el cielo se estaba llenando de matices violetas y rosas, reflejados en el agua que acariciaba sus pies. La pelinegra se detuvo brevemente para permitir que las olas le llegaran a los tobillos, y sonrió al sentir el frescor del agua.

—Qué delicia —comentó, con una expresión de satisfacción en su rostro.

—¿Nos metemos? —preguntó la rubia, su voz llena de entusiasmo.

—No puedo quedarme mucho tiempo —respondió la pelinegra con una media sonrisa—. Tengo que ir a cambiarme. Me iré a la convención en dos horas.

—Por poco olvido que este es un viaje de negocios —la rubia comentó con un toque de tristeza en la voz, mientras acariciaba la mejilla de la pelinegra con ternura. La pelinegra no replicó, sino que la abrazó nuevamente y le regaló otro beso en los labios, lleno de promesas no dichas.

—En lo único que quiero que me ayudes es a quitarme todo el estrés que tengo —dijo la pelinegra con un tono seductor—. Un masaje en la tina esta noche.

—Cuenta con eso —respondió la rubia con una sonrisa que no podía ocultar, dándole un beso casto en los labios. Continuaron caminando cerca del muelle, disfrutando de la compañía mutua y del momento de calma que se habían regalado.

El sol comenzó a ocultarse completamente, dejando paso a un cielo estrellado. Mientras caminaban juntas, las olas seguían rompiendo suavemente en la orilla, y el aroma del mar se mezclaba con el perfume de la pelinegra, creando una atmósfera que parecía sacada de un sueño. La rubia sabía que, aunque el viaje de negocios estaba a la vuelta de la esquina, los momentos como este hacían que todo valiera la pena. La promesa de una noche juntos en la tina era el broche final perfecto para una tarde que, aunque breve, había sido profundamente significativa.

La Amante de Mi MaridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora