Capítulo 18

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Abbie estaba inmersa en una montaña de papeles en su oficina, intentando concentrarse en la interminable pila de informes y proyectos que debía revisar antes del final del día. El ambiente en la oficina era casi clínico, con el suave zumbido del aire acondicionado y el constante murmullo de los teléfonos. Las teclas del ordenador sonaban con una monotonía que hacía que el tiempo pareciera detenerse. Cada clic y tic eran recordatorios de la presión que se acumulaba sobre sus hombros, responsabilidades que no podía eludir, y plazos que acechaban cada movimiento.

Había estado así desde muy temprano en la mañana, y a pesar de la persistencia con la que se enfocaba en su trabajo, su mente divagaba ocasionalmente, recordando fragmentos de conversaciones, miradas y caricias compartidas. La carga de trabajo era intensa, pero era un desafío que Abbie solía enfrentar con determinación. Sin embargo, ese día en particular, sentía que algo en el ambiente era distinto. Había una inquietud en el aire, una anticipación inexplicable que la mantenía alerta, aunque no pudiera precisar la razón.

De repente, el teléfono en su escritorio sonó, sacándola de sus pensamientos dispersos. Abbie alzó la vista con cierta sorpresa, como si el sonido hubiera roto el frágil equilibrio que había construido a lo largo del día. Contestó el teléfono, esperando que fuera otro recordatorio de algún compromiso o una nueva asignación de último minuto.

—Señora, tiene una visita —la voz de su secretaria sonó tranquila, pero había un ligero titubeo que Abbie percibió de inmediato—. Es la señorita Karina, la secretaria de su esposo.

Por un breve instante, Abbie se quedó paralizada, sus pensamientos cayeron en el caos mientras procesaba la información. Karina, su amante, en su oficina, a plena luz del día. La idea la sorprendió tanto que casi dejó caer el teléfono de la mano. Karina solía ser discreta, siempre cuidadosa de no llamar demasiado la atención. ¿Qué podría haber sucedido para que se presentara de esa manera, sin previo aviso?

—¿Karina? —repitió Abbie, intentando que su voz sonara neutral, aunque no pudo evitar el toque de incredulidad en su tono—. ¿Qué hace aquí?

—No estoy segura —respondió la secretaria con la misma neutralidad profesional—, pero parece que viene a entregar algunos documentos.

—Ah, sí, claro —dijo Abbie, intentando sonar más tranquila—. Hazla pasar.

Colgó el teléfono y se dirigió a la entrada de su oficina, tratando de ordenar sus pensamientos. Su corazón latía con fuerza, resonando en sus oídos mientras su mente seguía agitada por la sorpresa. No podía creer que Karina había encontrado una excusa para visitarla en plena jornada laboral. Sabía que debía actuar con naturalidad, controlar sus emociones y, sobre todo, encontrar un momento para estar a solas con ella, aunque fuera solo por unos minutos.

Mientras esperaba, Abbie se acercó a la ventana y miró hacia la ciudad que se extendía bajo sus pies. Los edificios se alzaban imponentes, y el tráfico fluía como una corriente interminable de energía que nunca se detenía. Era una ciudad que nunca dormía, llena de posibilidades y de secretos bien guardados. Se preguntó cómo se vería su propia vida desde ahí arriba, desde esa distancia que distorsiona la realidad y hace que todo parezca más pequeño y manejable.

El clic de la puerta al abrirse la hizo girarse. Karina entró en la oficina, y Abbie se esforzó por mantener una sonrisa natural, aunque su corazón seguía latiendo con fuerza. Karina, como siempre, llevaba un conjunto impecable, un traje de negocios elegante que acentuaba su figura esbelta. Su cabello rubio estaba perfectamente peinado, y su perfume, suave y floral, llenó la habitación casi al instante, envolviendo a Abbie en una nube de familiaridad que era a la vez reconfortante y perturbadora.

—Karina, qué sorpresa tan agradable —dijo Abbie, acercándose a ella con una familiaridad que esperaba no fuera demasiado evidente—. ¿Qué te trae por aquí?

La Amante de Mi MaridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora