Capítulo 7

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Abbie esperaba la llamada de un importante promotor en su oficina. Mientras revisaba sus correos, su secretaria entró y le entrego un regalo de Sebastián, un detalle para expresar su ansiosa espera para la noche. 

La pelinegra no era tonta. Sabía que la presencia de la rubia en su vida podría salvar su matrimonio de alguna forma, pero no estaba segura de poder entregarse a él cuando llegara la noche. 

Abbie se encontraba en medio de una tormenta de pensamientos, cada uno más intenso que el anterior. Mientras el reloj avanzaba lentamente, su mente no podía dejar de regresar a Karina, la rubia que había desviado el curso de su vida de una manera que nunca imaginó.

Sentada en el borde del sillón de su oficina, Abbie miraba al vacío, su mirada fija en un punto indefinido en la pared. La fotografía de su esposo, una imagen que solía ser un símbolo de estabilidad, ahora parecía un recordatorio distante de un pasado que ya no podía sostener. La decisión de alejarse de él para estar con Karina había sido tanto liberadora como aterradora, un acto de valentía que se sentía más como una locura en esos momentos de introspección.

La pasión que sentía por Karina era como una marea imparable, arrastrando todo a su paso. Había algo en la manera en que Karina sonreía, en la chispa traviesa en sus ojos, que había atrapado a Abbie de una forma que ni ella misma podía comprender completamente. La simple idea de no tenerla a su lado era intolerable. Se sentía como una adolescente descontrolada, atrapada en un torbellino de emociones que la hacían cuestionar todas sus decisiones anteriores.

Abbie se levantó y empezó a caminar por la oficina, tratando de liberar la energía nerviosa que sentía. Cada rincón parecía reflejar los ecos de la vida que había dejado atrás, y no podía evitar pensar en cómo había llegado a este punto. La decisión de quedarse con Karina, a pesar de la complejidad de su situación, era tanto un acto de amor como una rebelión contra las expectativas que alguna vez aceptó sin cuestionar.

Sus pensamientos eran una maraña de recuerdos, anhelos y preguntas sin respuestas. La intensidad con la que deseaba a Karina había transformado su perspectiva de una manera que la dejaba atónita. Sabía que estaba perdiendo la cabeza por ella, pero el corazón le dictaba que era un tipo de locura con el que estaba dispuesta a convivir.

Mientras miraba por la ventana, observando el cielo, Abbie sonrió con tristeza. No era el tipo de vida que había planeado, pero había algo irresistiblemente atractivo en el caos que Karina había traído a su vida. Era un caos que la había hecho sentir más viva que nunca, y aunque el precio había sido alto, la promesa de lo que podría ser con Karina la mantenía en pie, desafiando las normas de lo que solía ser su mundo.

***

Karina se encontraba en su oficina, intentando concentrarse en su trabajo, pero su mente estaba en otra parte. No podía dejar de pensar en la pelinegra, y la indecisión la carcomía. ¿Cuándo sería el momento adecuado para llamarla? Sabía que debía ser cuidadosa, que un movimiento en falso podría poner en peligro todo lo que había construido con ella.

Mientras tanto, el magnate, siempre astuto y persuasivo, no dejaba de insistir. Karina notaba cómo su actitud había cambiado abruptamente, y aunque intentaba disimular, cada vez le costaba más seguirle el juego. No entendía qué lo había llevado a comportarse así, pero su intuición le decía que algo andaba mal.

Para mantener las apariencias, Karina fingía que todo estaba bien. No podía arriesgarse a que él sospechara que había alguien más en su vida, alguien que realmente ocupaba su corazón. Sin embargo, la situación comenzaba a pesarle cada vez más. Lo que antes parecía un simple juego ahora se había convertido en una carga.

El magnate, en su egoísmo, deseaba tener lo mejor de ambos mundos. Quería seguir disfrutando de la compañía de ambas mujeres, sin importarle que los sentimientos de ellas estuvieran cambiando. Pero lo que él no sabía era que tanto Karina como la pelinegra ya no querían estar con él. Ambas habían llegado a su límite, y aunque ninguna lo expresara abiertamente, las trabas que Karina le ponía cada vez que él intentaba reavivar su aventura eran su forma de decirle que ya no deseaba complacerlo. La rubia estaba decidida a seguir su propio camino, aunque hacerlo la llevara a enfrentar una tormenta.

La Amante de Mi MaridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora