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✧─── ・ 。゚★: .Volt . :★. ───✧

- Jefe, ¿qué hacemos?-. Lexi me miró preocupada mientras Hailey gritaba, al borde de las lágrimas.

La fuerza de Kael se perdía con cada segundo que pasaba; no resistiría trepar hasta el otro poste.

Hailey tomó una cuerda, dispuesta a arrojarse por la tirolesa; mi corazón latía con rapidez y mis ojos no paraban de ver todo lo que estaba pasando.

- ¡Demonios, Volt!, ¡¿qué hacemos?!-. Lexi comenzó a mover sus manos de forma nerviosa mientras veía cómo la mano derecha de Kael se soltaba de la soga y caía al costado de su cuerpo.

Corrimos.

Lexi sostuvo a Hailey por la cintura y se arrojó junto a ella al suelo para despejar la tirolesa; tomé los extremos de la soga gruesa que Hailey había dejado caer y bajé por la fina cuerda metálica.

La fuerza de Kael se perdía más rápido de lo que yo podía bajar, y su rostro acaramelado se puso pálido cuando vió que me acercaba como un camión sin frenos.

- ¡Kael, salta!-.

- ¡Es una locura!-.Sus ojos se abrieron como platos al ver que no había forma de que parara a esa velocidad.

- ¡Maldita sea, salta Kael!-.

Su mano soltó la soga metálica y sostuvo mi cintura hasta llegar al final de la tirolesa a una velocidad incontrolable. Volamos cuando llegamos hasta el otro poste y rodamos por el techo del edificio.

Miré las estrellas cuando mi espalda por fin tocó el metal frío y mis manos empezaron a ponerse rojas por la fuerza con la que me sostuve, Kael era más pesado de lo que pensé por su alta estatura. Nunca me había sentido así antes, ¿qué está pasando?. De repente, lo recordé: Todo el trabajo pesado y todo este entrenamiento lo había hecho Klay. ¿Cuándo volverá de esas tontas vacaciones?

Un rostro borroso apareció en la esquina de mi ojo: Kael ya se había levantado.

- Volt, ¿estás bien?-. Mis ojos enfocaron su rostro pecoso y luego me senté con cuidado en el metal.

- Sí... eso creo.-. Todo me dolía, y mucho, pero no había pasado nada grave. Kael se sentó en frente mío y puso su mano enrojecida en mi hombro.

- Volt, estamos vivos.-. Asentí mientras mi cuerpo juntaba fuerzas para levantarse. - Gracias.-. Kael me dedicó una sonrisa limpia, como si no hubiera estado al borde de la muerte.

Las chicas bajaron por la tirolesa unos segundos después. Hailey corrió a abrazar a Kael; me levanté y vi que Lexi y Quinn se acercaban, preocupadas.

- Jefe, ¿estás bien?- los ojos de Quinn me miraron desde su baja estatura, era la primera vez que la veía así; estaba tan preocupada que había dejado a un lado sus videojuegos, que era algo casi imposible.

- Sí, estoy bien, Quinn. Esto nunca había pasado.- dije mientras sacudía mi ropa negra.

- Lo sé, todo esto lo hacía Klay.- dijo Lexi con tristeza. - a veces... lo extraño.-.

- Sí... yo igual.-. Sonreí un poco al recordar cuando Klay nos ayudaba a entrenar y presumía sus músculos, o cuando nos trajo regalos de navidad a todos, incluso a mí; fue mi primer regalo desde que mis padres dejaron de dármelos a los 4 años a cambio de mi primera tarjeta de crédito, para que pudiera gastar lo que quiera cuando quiera.

Levanté la vista y vi que el abrazo entre Hailey y Kael estaba durando demasiado para mi gusto.

- Bien, volvamos al recorrido-. Saqué un gancho y una cuerda de mi cinturón y los uní. - van a aprender a columpiarse.-. Esto no sería igual a trepar por los edificios; no, esto es totalmente diferente.-.

- Jefe, ¿no sería mejor terminar aquí?, ya han pasado por mucho y... no creo que estén listos, ni siquiera sé si nosotros lo estamos.- dudó Lexi al ver que las puntas de mis botas ya no tocaban el metal, sino que ahora sentían el frío que corría entre el vacío de los edificios.

- No- dije con seguridad; luego, miré al grupo. - escuchen, virikjas, esta demostración la haré yo.-. Uní el gancho a una pistola de presión y jalé el gatillo. Volteé solo para guiñar el ojo al rostro preocupado de Lexi, que trató de detenerme cuando mis pies saltaron al vacío.

El gancho había encajado en la esquina del edificio más alto, tal como lo había calculado; el viento estaba a mi favor. Me columpié hasta otro edificio a metros de distancia y, con un movimiento brusco, logré sacar el gancho, haciéndome caer sobre el techo; rodé al aterrizar para no lastimarme las piernas, y sentí cómo la sangre palpitaba en mi cuello, como si mis arterias quisieran reventar.

Veamos qué tanto aguantan estos virikjas.

Tenebris: del otro lado del lagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora